Crítica de cine
«No»: Imágenes de una revolución
Dirección: Pablo Larraín. Intérpretes: Gael García Bernal, Alfredo Castro, Luis Gnecco. Chile-Francia, EE UU, 12 Duración: 118 min. Thriller político.
¿Qué diferencia existe entre vender un refresco de cola y un acto de resistencia a una dictadura atroz que amenaza con perpetuarse bajo el signo de la tortura ? Ninguna, nos dice Pablo Larraín. Las dos son un producto, las dos trafican con un sueño aspiracional, y las dos son el fruto de la política neoliberal impuesta por el totalitarismo capitalista. Esa conclusión devastadora es la que da sentido al monosílabo del título, y no tanto lo que parece evidente, que es el relato de la toma de conciencia (el tránsito del 'sí' al 'no') de un pueblo –y con él de un publicista que hasta entonces le ha dado la espalda a Pinochet– que reivindica para sí el ejercicio de la democracia después de quince años de represión.
Lejos de la radicalidad de «Postmortem», que trataba la edad oscura del pinochetismo observando el comportamiento disfuncional de un forense que acababa practicándole la autopsia a Salvador Allende, «No» apuesta por la forma de un ágil thriller político, no demasiado lejos del mejor Costa-Gavras, que quiere descubrir al mundo que la derrota de Pinochet fue la consecuencia directa de una guerra entre jefes de marketing. A la concesión de buscar a un actor popular (Gael García Bernal, tan bien como de costumbre) le corresponde la arriesgada pero coherente decisión de rodar en Umatic, formato prehistórico del vídeo que nivela las imágenes de archivo con las rodadas por Larraín. Ya ven: el cineasta chileno quiere compensar los síes con los noes, aunque al final deja bien claro que ni siquiera los que ganan al villano están libres de culpa.
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