Toni Bolaño
Amigos para siempre
«Ven, nos queda tanto por vivir, buenos momentos que podamos compartir», decía la canción que Los Manolos, con pantalones acampanados y guitarra en ristre, lanzaron a ritmo de rumba catalana como himno de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. «Amigos para siempre» se asoció a un cambio cultural, social y económico que puso a Barcelona en el mapa internacional.
El alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall, lideró el cambio de la Barcelona industrial a la Barcelona moderna. La Ciudad Condal se abrió al mar dando a la ciudad una nueva vida. El viejo barrio del Poble Nou, que creció con las emigraciones de principios del siglo XX para dotar de mano de obra a la potente industria catalana, se lavó la cara. La villa olímpica hizo crecer al barrio y lo llenó de contrastes, lo viejo y lo nuevo. Otros barrios que estaban condenados al ostracismo como la Vall d’Hebron –donde se ubicó también el Velódromo– o el norte de Badalona se modernizaron y dejaron de ser residuales.
La transformación de la Barcelona 92 superó a la capital catalana. Castelldefels vio nacer a un flamante canal olímpico; la Seo de Urgell recuperó un violento Segre como espacio natural; Viladecans, su estado de béisbol; Terrassa se vio reconocida como capital del hockey sobre hierba, y así un largo etcétera por todos los rincones de la geografía catalana.
La Barcelona Olímpica fue un gran revulsivo para una ciudad cosmopolita. Su viejo estadio de Montjuic, otrora joya de la corona, recuperó su brillo acompañado del espectacular Palau de Sant Jordi, junto con todas las viejas instalaciones deportivas que sirvieron de sede a las Olimpiadas Populares de 1936.
Sin embargo, no era oro todo lo que relucía. Pasqual Maragall celebró, dando saltos de entusiasmo, en las fuentes de colores de la montaña mágica de Montjuic el éxito que representaba para Barcelona ser elegida por el Comité Olímpico Internacional. Maragall saltaba eufórico al lado de un Jordi Pujol que no podía ocultar su contrariedad. Su principal adversario político le había dejado en mantillas. Parecía pensar que la cosa no iba a acabar así. Y así fue.
Desde ese momento, el nacionalismo catalán intentó amargar la fiesta. De esos tiempos es la campaña «Catalunya is not Spain», impulsada por los jóvenes cachorros de Convergència. Los mismos que se aglutinaron alrededor de un Artur Mas en ascenso. Los mismos que hoy dirigen Convergència y que ya en aquellos años se declaraban abiertamente independentistas a la sombra del «peix al cova» de Jordi Pujol. En este grupo también se encontraba, por ejemplo, el actual presidente de la Asamblea Nacional Catalana, Jordi Sánchez.
Otros también ponían la primera piedra de su futuro. Carles Vilarrubí empezó a despuntar como el hombre de los negocios de CDC. El hoy vicepresidente del Barça –cuyo domicilio ha sido registrado por la Policía en el marco de la «operación Pujol»– compartió Consejo de Administración con un joven concejal de CiU en el Ayuntamiento de Barcelona: Artur Mas. Los dos formaban parte del Consejo de Seda de Barcelona, dirigida por otro prohombre de los negocios de CDC, Rafael Español, que hace escasos meses aceptó un acuerdo con la Fiscalía para no ir a la cárcel por desfalcar a la compañía. En ese consejo también se sentó el hoy secretario general de la presidencia de la Generalitat, Jordi Vilajoana. Corrían los años 94 y 95 y, en este último, entró a formar parte del consejo de la filial de expansión internacional de la compañía otro joven valor convergente, ligado con el poder político y con el poder económico. Entró en el consejo de Hispano Química Jordi Pujol Ferrusola. Ya ven, todavía perdura el espíritu de «Amigos para siempre».
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