José María Marco
Ante los refugiados
El ministro García-Margallo se ha decidido a clarificar la posición de España ante el último acuerdo sobre refugiados. Nuestro país no va a respaldar lo acordado en Bruselas y se opone a cualquier expulsión de tipo colectivo. Pide un tratamiento individualizado y garantías que proporcionen seguridad a los refugiados. Es una decisión importante, que acentúa la tendencia del Gobierno a asumir que la UE debe ofrecer una sociedad política basada en la más alta exigencia ética.
Quizás también, además de este profundo idealismo, hayan intervenido otras consideraciones. El norte y el centro de Europa tienden a cerrarse bajo la presión cada vez mayor de una opinión pública que ya no acepta niveles tan elevados de población extranjera y que encuentra su forma de expresión en populismos nacionalistas. En nuestro país, en cambio, la presión de una parte de la opinión pública, expresada por populistas de izquierdas, parece clamar por todo lo contrario. La pancarta de bienvenida a los refugiados sigue proclamando orgullosamente la generosidad sin fin de nuestras instituciones desde la fachada del Ayuntamiento de Madrid, en plena Cibeles. Las declaraciones de Sánchez, de un encendido altruismo, son igual de inequívocas. Así que si en una parte de la Unión hay cierre, en nuestro país hay apertura... y deseo de más. Todo el mundo, incluido el Gobierno alemán, ha variado en cierta medida su posición ante un asunto tan delicado. En nuestro país ha habido elecciones, con los resultados que conocemos, y el Gobierno se había comprometido a pactar las grandes decisiones de política exterior como esta, que compromete la posición de cualquier futuro ejecutivo. Tampoco está claro que el reciente acuerdo cumpla todos los requisitos exigibles en cuanto al respeto de los derechos humanos. Se echa de menos, eso sí, una propuesta para que se respeten las fronteras, algo que también parece ser un derecho de los ciudadanos de los países de la Unión. De otro modo parecerá que se está dispuesto a acoger a todo el que venga. Nuestro país ha sido un ejemplo en la gestión de la inmigración y la integración. Como no tenemos refugiados, podemos preconizar una política basada en valores universales. Veremos qué ocurre si los refugiados y los países en los que se encuentran se toman en serio lo que, desde su punto de vista, podría parecer una invitación.
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