José María Marco
Degeneración
Hubo quien creyó de buena fe que la palabra regeneración significaba un anhelo de limpieza y de transparencia. Y que este podría cumplirse si se emprendían reformas acerca de rendición de cuentas y financiación de los partidos, sin contar con los procesos judiciales en marcha. No era así, y el pleno de ayer en el Congreso lo demostró una vez más. La regeneración no era eso, y no lo era, ni lo es, porque tampoco la corrupción es un problema al que se busque una solución. No importa que la corrupción haya tenido repercusiones políticas muy serias, hasta alcanzar instituciones vitales además de castigar al PP y al PSOE. Tampoco importa que a partir de 2012 haya cambiado de arriba abajo la legislación en la materia. Lo único que importa de la corrupción es la capacidad que tiene de perjudicar al PP y desgastar al Gobierno. Así se demuestra que la regeneración era un movimiento político para desalojar el PP de las instituciones y, en última instancia, un instrumento para la desestabilización del régimen, algo que sigue vivo en la imaginación populista, aliada en esto, como en tantas otras cosas, con los nacionalistas y los antisistema.
Es posible que estén consiguiendo su objetivo, pero no de la forma en la que pensaban. El PP va a seguir pagando caro su implicación en una corrupción que debía haber sido atajada mucho antes, y aquí no valen excusas a posteriori. Ahora bien, el movimiento regenerador no puede ser invocado una y otra vez. La llama no dura tanto y le perjudican las nuevas realidades y las reformas ya acometidas. Se concibe el revolucionario profesional... incluso una vez convertido en mantenedor del nuevo sistema. Más difícil lo tienen los regeneradores profesionales. Estos se encuentran condenados a la degeneración prematura por lo mismo que la política es incompatible con la moral común, la que intentamos aplicar todos los días. La política es una actividad demasiado compleja, en la que las servidumbres y los compromisos son aplastantes y se depende de los demás mucho más que de uno mismo. Así que unos cuantos años, muy pocos, de responsabilidad pública, aunque sea en los bancos de la oposición del Congreso, bastan para arruinar una reputación. (Por no hablar de una maniobra tan burda como la de forzar la citación de Rajoy como testigo para luego pedirle responsabilidades políticas.) Si los regeneradores profesionales son patéticos, los regeneradores veteranos resultan ridículos. Los estragos del tiempo son peores cuanto más se intenta disimularlos. Total: sigue sin haber alternativa.
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