Europa

José María Marco

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La Razón
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Como era de prever, el resultado del referéndum italiano no ha causado el cataclismo que en algún momento se dijo que iba a provocar. Mucho menos en Italia, país habituado a maniobras herméticas, realineamientos inexplicables y cambios de gobierno permanentes. Algo más de importancia tendrá en cuanto a la Unión Europea, porque los que sustituyan a Renzi no podrán evitar, muy probablemente, acentuar los matices nacionalistas para distinguirse del anterior primer ministro, demasiado reformista y demasiado europeo.

Aumentará así la distancia que empieza a separar en todo el mundo desarrollado, y muy particularmente en la Unión Europea, a los cosmopolitas de los nacionalistas. Los primeros son, como dijo alguien, gente que tiene varias casas –por lo menos dos– y ninguna de ellas en su ciudad natal. Los otros son los que saben que la globalización les ha pasado por encima. Reclaman un espacio político protector frente a lo que pone en peligro su identidad y su seguridad. Entre medias, entre la cosmópolis y el nacionalista no hay nada. Cada uno elige su campo a fuerza de negar al otro.

En realidad, sí que hay algo, y algo que se inventó aquí, en Europa, y que constituye su esencia misma. Se trata de la nación. El debate entre cosmopolitas y nacionalistas es un debate engañoso porque el dilema al que nos enfrenta escamotea la existencia de otra instancia, que es aquella que nos ha permitido vivir a un tiempo como europeos y como nacionales. Somos europeos porque somos españoles (o franceses, o alemanes, o italianos, etc.), y no podemos ser españoles (o franceses...) si dejamos de ser europeos. Europa no es un objetivo que debemos realizar superando las naciones. Es una forma de civilización sobre la que han crecido las naciones y de la que éstas no pueden liberarse, a menos que emprendan la senda de destrucción propia del nacionalismo. Para nosotros, Europa es el principio de todo. La Unión Europea, que esta vez sí que viene después de las naciones –y sobre todo después y en contra del nacionalismo– no puede dejar de lado ni ese poso común, ni las naciones que son la forma en la que lo vivimos. Los italianos pueden hacerse ilusiones sobre la recuperación de la propia identidad, pero si cuaja un gobierno antieuropeo, habrán emprendido una senda que no les llevará a salvaguardar y defender su identidad nacional, sino a acabar con ella.