El desafío independentista
Efecto escudo de la sintonía de Rajoy y Sánchez
La sindicación del Gobierno con el PSOE, además de Cs, permite la defensa conjunta del Estado ante la ruptura del interés general consumada por la Generalitat de Cataluña. El pacto del 155, fruto de semanas de negociaciones, tiras y aflojas, informes jurídicos, incluso de cenas entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, para rellenar esa hoja en blanco que dejó la Constitución, ha acabado evidenciando la coincidencia en el rotundo rechazo al «peligro» Puigdemont. Ahí no hay grietas, porque no debía haberlas.
Ello aun cuando han existido diferencias lógicas sobre el modo de actuar. Rajoy ha acertado al cesar al president, a su vicepresidente Oriol Junqueras –«ese mismo que ahuyenta las inversiones», en boca de Cristóbal Montoro–, y a sus consellers, jefes de gabinete y personal de confianza. Sánchez, en cambio, se inclinaba por reemplazar únicamente a Puigdemont y esperar a la salida motu proprio del Govern en pleno. Era su principio de «intervención mínima». Tardó poco en asumir que jamás se ha visto un gabinete sobreviviendo a su jefe.
En otra divergencia puntual, el gato al agua fue para el socialista, quien se negó a disolver el Parlament paralelamente a la destitución del Ejecutivo catalán. Los límites impuestos a la capacidad legisladora de la Cámara, junto a la intervención de los medios de comunicación públicos, llevaron muchas horas de discusión entre Soraya Sáenz de Santamaría y Carmen Calvo.
Sin embargo, lo esencial aquí no es tal o cual medida concreta, sino la restauración de la dinámica de acuerdo entre los dos grandes partidos frente al golpe independentista a la democracia. Más peligroso que el del 23-F, donde un grupo de nostálgicos pretendió también robar la soberanía a todos los españoles para retrasar el reloj a los tiempos en que el poder lo tenía el caudillo por la gracia de Dios.
Cabe destacar como especialmente positiva la decisión de Pedro Sánchez de olvidarse de los coqueteos con Pablo Iglesias (por cierto: en plena cuesta abajo) e incluso acentuar sus diferencias. «Porque somos alternativa, sabemos cuál es nuestro sitio», me decía un relevante miembro de la Ejecutiva socialista. Al final, no ha habido medias tintas. El PSOE se ha involucrado hasta las cachas, pese a ser consciente de que puede traerle consecuencias dentro y fuera. Tal como reconocen hasta en La Moncloa, «puede salir mal, existen grandes riesgos, pero el Estado se hubiera negado a sí mismo si no hubiese reaccionado ante la amenaza de una Cataluña convertida en un páramo».
Las cartas están echadas. Las urnas deberían ser el punto final del tortuoso camino catalán. Esto ya se verá. La cúpula del PSOE, y aún más la del PSC con sus habituales y asumidos desmarques, sueñan con un periodo de transición corto, hasta unas elecciones con una movilización superior a otras citas autonómicas y donde poder librar un debate a fondo. A tal fin se ha marcado en rojo el 28 de enero. Cs es quien más insiste en esta fecha. Aunque cualquier cosa está por ver una vez arranque el 155. La aplicación de tan excepcional artículo nos introduce por un camino desconocido que transmite desasosiego. Pero hay que recibir con alivio el abandono de la profunda desconfianza que presidió las relaciones entre Rajoy y Sánchez.
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