El desafío independentista
El apunte de Francisco Marhuenda: «El mundo paralelo de Puigdemont»
Puigdemont sigue su huida. Es la expresión del escapismo político más disparatado que he presenciado en mi vida profesional. Hoy ha pretendido internacionalizar el fracasado golpe contra la Constitución y el Estatuto de Cataluña en este postrer estertor de un independentismo finiquitado. Un independentismo en el que ya no creen realmente ni sus socios de coalición que se han quedado en Cataluña. Lo ha hecho por medio de una rueda de prensa donde ha asegurado que está en Bruselas para actuar con libertad y seguridad. Algo que hubiera tenido en España, aunque no la impunidad que pretendía que le garantizara el gobierno de Rajoy. No quiere pedir asilo, pero veremos que hace finalmente este errático político independentista. La inconsistencia del personaje era evidente y sus argumentos tan falaces como tendenciosos. Un relato que realizó acompañado de los sediciosos consejeros que han decidido seguirle, aunque representan la desesperación de aquellos que han hecho de la política su única profesión. La realidad es muy sencilla y han querido provocar la independencia de Cataluña con menos apoyo del que se necesitaría para reformar la ley electoral o el propio Estatuto de Cataluña.
Puigdemont y los suyos representan la concepción supremacista del nacionalismo catalán. La división de la sociedad entre buenos y malos catalanes. La manipulación de la historia al servicio del partidismo, la utilización de las instituciones y los recursos públicos y la perversión del lenguaje para satisfacer su obsesión independentista. Puigdemont es un fanático. Lo ha sido siempre y ha creído que ahora era su oportunidad. Ha construido un relato falso sustentado en una España mala que no quiere a Cataluña, unas fuerzas de ocupación que son los sufridos y abnegados guardias civiles y policías y una demolición del sistema autonómico que no se ha producido y que nunca se producirá. No importa la verdad, sino la postverdad. Los independentistas nunca han tenido una mayoría social. Esta es una realidad objetiva. Ahora quiere dar la batalla ante la opinión pública internacional, pero lo tienen muy mal porque las mentiras tienen las patitas muy cortas.
El fin de semana pudimos asistir al espectáculo de unos patrióticos consejeros independentistas, ya cesados, que se iban de fin de semana y otros que hacía una “huida”, cuando nadie les perseguía, hacia Bruselas con el fin de buscar esa internacionalización. Una acción grotesca porque España es una gran democracia. Un Estado garantista donde la libertad y la igualdad son principios constitucionales básicos y esenciales, pero no lo son, en cambio, las acciones golpistas como las perpetradas por Puigdemont y los suyos. Ha dicho que “he decidido venir a Bruselas, que es la capital de Europa” y pide que reaccione ante el problema de Cataluña. En su delirio asegura que el Gobierno de España no dialoga. La verdad es que si no estuviéramos ante un problema tan serio lo podríamos tomar como una bufonada. No lo es, porque simplemente es un insulto a la inteligencia. Puigdemont tiene que asumir las responsabilidades por sus actos. Durante mucho tiempo ha dividido y enfrentado a la sociedad catalana. Ha mentido y ha despilfarrado los recursos públicos al servicio del independentismo. Y creo, sinceramente, que con sus actos ha traicionado a Cataluña y los catalanes. El 21 de diciembre podremos votar y con nuestra voz decir basta al sectarismo, al supremacismo y al fanatismo, porque quiero que mi tierra, mi amada Cataluña, siga siendo lo que siempre ha sido y no lo que quieren los independentistas.
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