José María Marco
El futuro del populismo
En Estados Unidos los populistas no son gente dogmática de extrema izquierda, como aquí nuestros compañeros politólogos de Podemos. Responden al modelo que encarnaron en su día personajes como Jesús Gil y Mario Conde, de pintoresquismo subido de tono. Así ocurre con Donald Trump, el multimillonario neoyorquino, empresario de la construcción, que se ha empeñado en presentarse a las primarias republicanas para las elecciones presidenciales del año que viene y le robó el protagonismo al resto de los contendientes en el debate de la semana pasada.
Trump jugó bien sus cartas, que son, como siempre con los populistas, ya sean republicanos norteamericanos o extremo izquierdistas europeos, la brocha gorda, el insulto personal, el histrionismo caudillista y la apelación al «pueblo» contra la «casta», es decir las elites y las instituciones. Durante un tiempo hay gente, descontenta con la situación por motivos muchas veces legítimos, que los toma en serio. Si las democracias liberales funcionan como deben, acaban en la irrelevancia. En el camino, sin embargo, pueden llegar a tener influencia. En Estados Unidos, el empresario texano Ross Perrot, predecesor de Donald Trump, abrió la puerta de la Casa Blanca a Clinton.
Como Donald Trump no negó que se fuera a presentar por su cuenta si no sale elegido en las primarias, la amenaza está ahí, reforzada por lo que queda de la ola populista del Tea Party. Aun así, en el debate quedó también claro que en estos años el republicanismo norteamericano ha propiciado la aparición de figuras distintas. Jeb Bush defendió sus posiciones –no muy populares entre la grey republicana más extrema– sobre la inmigración y la educación al tiempo que puso el acento en el crecimiento. Marco Rubio tocó una cuerda más populista al ponerse a sí mismo como ejemplo de inmigrante frente a la oligarquía demócrata representada por Hillary Clinton, pero supo situar este tópico en los problemas de globalización a los que se enfrenta Estados Unidos. El gobernador John Kasich también hizo un buen papel, pragmático y moderno. Los tres han comprendido que el republicanismo no puede seguir encerrado en la nostalgia –la Norteamérica protestante...– ni en la confrontación ideológica, como el matrimonio tradicional vs matrimonio gay. Ni la obsesión retrospectiva ni el dogmatismo llevan a parte alguna. Lo que se vio es un republicanismo capaz de ofrecer una propuesta de futuro: una visión integradora, abierta, dialogante, a lo Reagan, y lo bastante segura de sí misma como para plantar cara a payasos destructivos, a lo Donald Trump.
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