Fernando Rayón
Farsa en tres actos
Si yo hubiera sido de la CUP no hubiera urdido una farsa como la que ha tenido lugar durante las últimas semanas en Cataluña. Porque los antisistema no sólo han dejado en evidencia el resultado electoral, sino incluso a los protagonistas del mismo.
La farsa es una obra de teatro breve, cómica y satírica, que se deleita especialmente en los aspectos ridículos y grotescos de ciertos comportamientos humanos. Sus antecedentes están nada menos que en las obras de Aristófanes y Plauto, en las que la mezcla de humor y dramatismo conseguía poner en evidencia los comportamientos humanos y a los humanos mismos.
Pues bien, el primer acto de esta farsa comenzó al día siguiente a las elecciones, pues aunque la CUP había jurado que nunca apoyarían la investidura de Mas, idearon algo más malévolo para acabar con el candidato: negociar. Naturalmente, el president en funciones aceptó la propuesta y así comenzó la representación. Exigieron una presidencia coral: una especie de cuatro presidentes que se repartían el poder por áreas y que desposeían a Mas de cualquier capacidad de decisión. No contentos, plantearon una fecha de caducidad: un año o dos –dependía– para que una moción de censura acabara con esa coralidad. Y algo más: que asumiera las propuestas –sociales las llamaban– y también nuevas inversiones, y que otras no se llevaran a efecto. Los protagonistas de la representación –los farsantes– se iban creciendo. Iban consiguiéndolo todo y se vinieron arriba. Y así comenzó el segundo acto.
El momento cumbre de la escena fue la tercera y última votación de las bases de la formación para decidir si apoyaban a Mas. Se produjo un empate exacto a votos: 1.515 votos a favor y 1.515 en contra. De nada valió que Junts pel Sí se negara a hacer nuevas concesiones, o de que veinte papeletas cambiaran su sentido. El momentazo de la gran farsa resultó insuperable. Solo faltaba el desenlace.
Y ayer, una semana después del empate, y tres meses después de las elecciones, 68 personas –57 del Consejo Político y 11 del Grupo– decidieron por cuatro votos de diferencia votar no a la investidura de Mas. Pero como la farsa, farsa es, hay quien dice que si se votara de nuevo, aun podrían cambiar de opinión. El resultado: un candidato ridiculizado y quemado; sin partido y sin dignidad. Prestarse a la farsa es lo que tiene. ¿Aprenderán otros en Madrid?
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