Alfonso Ussía
Fernando Satrústegui
En los años inmediatamente posteriores a la Guerra Civil, un español que recibió un tiro durante la contienda dejándolo ciego sin remisión, consiguió que España, la arruinada España, la España del hambre y los escombros, fuera la primera nación del mundo en donde los invidentes no pedían limosnas por las calles. Ignacio Satrústegui Fernández fue el gran impulsor de la ONCE. Se consideraba un afortunado. «Dios me ha permitido ver y ahora me ha quitado la vista, pero sé lo que es el mar, los bosques, el color de la vida y las miradas de los míos». Don Ignacio, donostiarra, hijo de La Torre que domina desde el medio Igueldo toda la bahía de La Concha, se casó con una maravillosa Aznar de Guecho. Entre sus ocho hijos, Fernando, el amigo más recto, firme, leal y generoso de cuantos he tenido. Fue mi vicepresidente, con Juan Guerrero, Julio García y Ramón Calderón, en la candidatura que en 1991 compitió con bravura a la de Ramón Mendoza a la presidencia del Real Madrid. La opinión acertada, la prudencia, el respeto, el buen humor y el señorío. Eso era y es Fernando, abogado de prestigio, secretario del Consejo de Administración de Prensa Española, y un enamorado del golf. En el «tee» del uno de la Hípica del Club de Campo se desplomó en la mañana del sábado. El mejor árbol de la unión del roble donostiarra y el roble de Guecho se marchó hacia lo alto mientras su cuerpo abrazaba la tierra.
Su sentido del humor estaba siempre presente. Sinceramente, en mi candidatura no había dinero para agasajos y favores, y la de Ramón Mendoza contaba con un impresionante apoyo de la prensa. Era consejero del diario «El País», y había contratado como asesor de imagen a Rafael, el hermano de Luis María Anson, entonces Director de «ABC». José María García estaba a favor de Mendoza, y a pesar de todo, ahí resistíamos. Se filtró que Mendoza se había comprometido con Prosinesky, que resultó un paquete, y le pedí permiso a Fernando y Juan Guerrero para engañar a la prensa deportiva. Nos inventamos una promesa danesa, Flukssen, que a los 16 años había metido 58 goles en su liga juvenil, 34 de ellos de cabeza. Fernando, al principio reacio, terminó plenamente identificado con Flukssen. García estuvo buscando a Flukssen durante tres días por toda Dinamarca, y no dio con él. No lo encontró porque no existía. Teníamos tan poco dinero en nuestra candidatura que sólo podíamos fichar a futbolistas inventados. No obstante, nuestro resultado electoral fue fabuloso, y más lo hubiera sido si Lorenzo Sanz, vicepresidente de Ramón Mendoza, no hubiera metido en las urnas los votos de más de 700 socios fallecidos, que votaron unánimemente a Mendoza. Fueron tiempos apasionantes, agotadores y divertidísimos. Cuando los periodistas se apercibieron de que Flukssen era una broma, nos cayeron truenos y relámpagos, pero habían hecho el mayor de los ridículos. Y siempre que nos reuníamos Fernando, Juan, Alfonso López- Pelegrín, Julio García, Eduardo Escalada, Carlos Dolz y demás héroes de mi candidatura, Flukssen era el centro de las carcajadas.
Fernando Satrústegui abandonó algunos despachos de abogados por no coincidir en la ética y la estética. –Ha llegado uno que sólo quiere ganar dinero, y ganarlo como sea, así que me voy–.
Su mujer, que proviene del árbol de Juan Ignacio, no compartía su pasión por el Real Madrid, y sus hijas, Kety y Marta, se parecen como un huevo a una castaña. Kety ha heredado la prudencia y el rigor jurídico, y Marta el humor inagotable y desbordado.
Hace años, Fernando le confesó a su amigo Luis Álvarez de las Asturias su deseo de morir en un campo de golf. –Sería la mejor muerte–. Luis, un gran personaje unido a la brillante gestión deportiva, le contestó: –Efectivamente, aunque hay muertes mejores, pero son pecado–. Fernando ha muerto donde quería, pero así de golpe, nos ha dejado a todos los suyos con el pie cambiado y los ojos enrojecidos. Era vasco, español, católico y monárquico hasta las cachas en las cuatro vertientes. Era la definición y la síntesis de la bondad, el señorío y la inteligencia sonriente. No necesita que le deseemos buenos vientos a su espalda y sendas cómodas en su nuevo y recién estrenado camino hacia Dios. Fernando nos sacaba a todos mucha ventaja, y se habrá encontrado con los ojos de Dios, el beso de su madre, la mirada llena de luz de su padre y el abrazo de sus hermanos –Luis, no te olvido–, sin esfuerzo, directamente. Y les estará contando lo de Flukssen.
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