José María Marco
Intelectuales y populismo
Los populistas no gustan de los intelectuales. Son gente pusilánime, lo problematizan todo, viven en su torre de marfil, desprecian lo vulgar. En cambio, muchos intelectuales se sienten fascinados por el populismo, y eso desde la invención del populismo moderno, en la Rusia del siglo XIX (antes los populistas ya habían obtenido grandes éxitos, en la Inglaterra del siglo XVII y en la Norteamérica del XVIII: no se entiende Estados Unidos sin ellos). Efectivamente, los intelectuales, o los clérigos, según la expresión del francés Julien Benda, es decir la gente con educación media o superior y que se dedica –muy en general– a las letras o a las ciencias, a las cosas del intelecto, suele sentirse mal pagada, excluida de una realidad que le parece más apetecible de lo que es, con carreras profesionales de recorrido corto, poco amenas, nada variadas. No están, en resumidas cuentas, demasiado contentos con su vida.
El populismo, que a pesar de despreciarlos conoce su utilidad, les ofrece una promesa regeneradora: un cambio de régimen, un mundo nuevo, más limpio, más moral. Abre las puertas a una posible o, al menos, la restauración de algo parecido al sentido. E insinúa algo completamente inédito, y es el protagonismo de los intelectuales. Marx les aseguró un papel decisivo como sujetos activos y centrales, ya desde la redacción de un artículo o un «paper», en la empresa de emancipación de todas las clases obreras, entre ellas la constituida por ellos mismos. Los anarquistas les invitaron a inmolarse en la hoguera extática y onanista del acto revolucionario. Los nacionalistas los elevaron a los altares del sacerdocio profético, encargados como estuvieron –y aún lo están– de dar sentido a lo que la tribu enuncia sin saberlo.
Hecho esto, sin embargo, y una vez que los intelectuales, tan vanidosos, han mordido el anzuelo, los populistas se aburren de ellos. Y antes de que vuelvan a sus quejas de niños mal criados, como saben que volverán en cuanto pase el instante fugaz del asalto a los cielos, se desprenderán de ellos. Antes lo hacían por la vía rápida: los campos de trabajo, los de concentración. No estaban descartadas las ejecuciones sumarias. Está por ver la fórmula que aplicarán ahora, cuando lleguen, si es que llegan, al poder. Será menos sangrienta, pero no menos cruel.
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