José María Marco

La América de Obama

La Razón
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La emboscada asesina que ha acabado con la vida de tres policías en una ciudad del sur de Estados Unidos viene a sumarse a la ola de violencia que sacude estos meses todo el país. Tal vez sea algo coyuntural, que se terminará con la nueva Presidencia, o tal vez sea algo más profundo y duradero. Aun así, cualquiera que conozca Estados Unidos habrá podido darse cuenta del profundo cambio que ha sufrido la sociedad norteamericana en estos últimos diez años, más o menos, la presidencia de Obama. No es que Estados Unidos esté, como se dice muchas veces, en decadencia: sigue siendo el país más dinámico, el más avanzado, el más poderoso y creativo del mundo. Ahora bien, es posible que los norteamericanos, por primera vez en su historia desde la fundación de la Unión, no sepan lo que son.

La identidad norteamericana se fundaba sobre un consenso social en torno a valores y formas sociales que han dejado de tener vigencia. El muro de contención que el conservadurismo opuso durante los últimos cuarenta años está en ruinas (queda la parodia de Trump), pero no está claro qué nuevo modelo va a sustituir a una sociedad vertebrada en torno a la religión, la libertad de empresa, la asociación voluntaria y el individualismo. Eran esos consensos los que suplían la ausencia de Estado, y al desplomarse aquellos y seguir sin existir este, la sociedad norteamericana ha quedado en una situación vertiginosa, que contribuye a explicar la violencia actual.

Obama ha presidido este cambio y ha intentado encauzarlo... a su modo. Ha tratado de asentar las bases de un futuro Estado, como con el imprescindible ObamaCare o el control de armas, no menos imprescindible ahora que la confianza ha desaparecido. En la cuestión racial, Obama ha tenido un papel ambiguo, habiendo contribuido a sacar los problemas a la luz pero sin voluntad de encuadrarlos en un discurso integrador. Otro tanto ha ocurrido con la política exterior, en la que se ha iniciado un viraje muy profundo en respuesta a una situación nueva, de cansancio y multilateralismo. Hay que tener en cuenta que una parte importante de estos cambios, como los que atañen a la necesaria recentralización o a un nuevo sistema impositivo, chocan directamente con la tradición norteamericana, que la crisis no ha hecho desaparecer, ni mucho menos. El cambio, en realidad, acaba de empezar.