Cristina López Schlichting
La difícil línea roja
Hasta para un artista del hieratismo como Rajoy es difícil encontrar la medida en lo de Cataluña. En las actuaciones del Gobierno se transparenta el deseo de no pasarse. Supongo que para no exacerbar el bucle melancólico del eterno «llanto nacionalista contra el Estado opresor». Lo malo es si, en ese esfuerzo de equilibrio, no llegas. Te quedas corto.
No se entiende muy bien por qué se han parado los actos independentistas de Madrid o Vitoria o Gijón y no los de Cataluña. En el País Vasco, el delegado del Gobierno suspendió un acto de Anna Gabriel, de la CUP, y el juez dio el visto bueno. La policía se personó y santas pascuas, todos a casa. En el caso del mitin inaugural de la campaña del Govern por el referéndum ilegal, apenas hubo una conversación entre Enric Millo, delegado del Gobierno, y los dueños del Tarraco Arena. Se les apercibió de la ilegalidad del acto y de las posibles consecuencias judiciales. Pero el aquelarre siguió adelante.
Imagino que ha pesado en los ánimos la dificultad de frenar un acto con miles de personas. El temor a afrontar altercados. La certeza de que, por cada acto clausurado, surgirán dos o tres bajo las piedras. Parece comprensible, pero también lo es que, antes o después, las hordas de la CUP tienen que darse de frente con la imposibilidad de hacer lo que les sale de las narices. No esperemos que esta gente interiorice el concepto de legalidad porque nacen precisamente de la conculcación de la legalidad. Y no sólo las CUP: me ha dejado perpleja la respuesta de Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, que respondió a los reproches de la Generalitat –por su tardanza en incorporar Barcelona a la rebelión– que «nadie le iba a dar lecciones de desobediencia civil».
Reconozco que no le arriendo la ganancia a Rajoy. Se enfrenta a gente que considera la ilegalidad un timbre de orgullo. Gente que miente –ahora tergiversan en «La Vanguardia» las declaraciones de Juncker, que fue tajante en apoyar el constitucionalismo español–. Gente que manipula y repite que votar es democracia, como si las consultas populares no fuesen uno de los instrumentos preferidos de los dictadores de todo el mundo, desde Venezuela a Cuba, pasando por Sudán. Como si el respeto de la ley no fuese democracia. En ciertos ámbitos de Cataluña tiene prestigio la astucia, la capacidad fenicia de escaquearse de las normas o negociar escapes laterales a los problemas. Les parece (también a los italianos) una forma de ingenio.
En fin, hasta para intervenir las cuentas de la Generalitat ha mediado una «segunda oportunidad» para Puigdemont. Hoy se cumplen las 48 horas dadas por Montoro. Y ha habido también un apercibimiento judicial. El Estado está siendo impecable, el problema es que no tiene enfrente un enemigo impecable. Espero que la limpieza y la buena fe no fracasen frente a la delincuencia astuta.
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