Alfonso Ussía
Lector de periódicos
Leo los periódicos impresos, y me gusta el ruido del papel al pasar las páginas. Me trago cuatro diarios cada mañana, y me concentro con especial interés en el mío, LA RAZÓN. Todos sus columnistas y redactores merecen mi respeto y atención. Los hay en esta casa, formidables. Y una buena parte de los colaboradores de la competencia me atraen por su talento literario y su punto de vista, no siempre coincidente con el mío. Menuda lata, esa de coincidir.
Era director de ABC Torcuato Luca de Tena Brunet, novelista de éxito y académico de la RAE. Contaba con un equipo excepcional de profesionales que le permitían desempeñar una dirección aliviada. Torcuato amparó de manera especial al escritor extremeño Pedro de Lorenzo, que no era leal. Pedro de Lorenzo sufría con un pequeño detalle carente de importancia. El fundador de ABC, el viejo don Torcuato, estableció que todos los trabajadores de máquinas que sufrieran un accidente laboral pasaran a ocupar el cargo de bedeles. Eran muchos y para mí, muy queridos, los bedeles de ABC, Miguel, Demetrio... En el viejo edificio de Serrano, en todas las esquinas había una mesa, una silla y un bedel sentado sobre ella aguardando una orden. El desleal de Lorenzo no soportaba un agravio comparativo. Los bedeles sólo se incorporaban de la silla cuando pasaba ante ellos un Luca de Tena o el director del periódico. Pedro de Lorenzo fue director interino durante pocas semanas, pero jamás fue nombrado como tal. Y a su paso, los bedeles no se levantaban. Todo esto lo escribió en un libro chismoso y petulante, «Diario de la Mañana», que es la síntesis de la ingratitud. Y para vengarse de los Luca de Tena, la tomó con quien más le había ayudado, Torcuato Luca de Tena Brunet, que fue director bastantes años, como antes su padre Juan Ignacio y después su hermano Guillermo, que llevaba la dirección de Sevilla. Y un día que Torcuato no se hallaba en su despacho, fotografió la agenda «Myrga» del director y publicó la imagen en su libro. El director de ABC había subrayado su principal obligación para el día siguiente. «Leer el ABC». Es decir, leer el periódico que dirigía.
Un periódico tiene que ser libre y huir de hipotecas innecesarias. El colaborador de un diario sabe que puede ser criticado en sus páginas con la misma libertad que él disfruta para opinar. Pero una cosa es la crítica y otra muy diferente el insulto. El insulto a un colaborador de la casa, se matiza antes de publicarlo, siempre que haya responsables que se lean el periódico. En mis tiempos de ABC, que fueron los duros y terribles de la ETA, mi nuca estaba marcada por los terroristas. Mi nuca, la de mi mujer y las de mis hijos. Los lectores de ABC, coincidentes en la lucha contra el terrorismo, discrepaban en otros asuntos, y sus cartas de protesta se publicaban con toda libertad. En ellas fui duramente amonestado en algunas ocasiones, pero si alguien, en aquel período, me hubiera calificado de «proetarra», el director habría tirado el insulto injusto e infame a la papelera.
Creo que si algo he demostrado en los últimos años de LA RAZÓN es que, aún temiéndolos, jamás he administrado mi miedo al escribir del terrorismo islámico, de la brutalidad del yihadismo, y de la estupidez de interpretarlo con benevolencia. Los entrevistados en mi periódico pueden calificarme con más dureza que yo mismo. Siempre defenderé la libertad de expresión y de opinión, pero no la de la infamia. El insulto también es un arte literario, y en él se cobijaron hasta los grandes poetas de nuestros Siglos de Oro, y los maestros satíricos desde Marcial a don Manuel del Palacio pasando por Foxá y Jaime
Campmany. El insulto con talento puede resultar luminoso. Pero la infamia, no. Y he leído en mi periódico una entrevista al escritor J.J. Benítez – Juan José, Julio Jaime o Julio Jesús–, en el que dice que soy yihadista. Es lo mismo que calificarme de etarra. Y leerse como yihadista en el propio periódico, en tu casa, sienta bastante mal. Porque el yihadismo asesina, el yihadismo tortura, el yihadismo secuestra y el yihadismo desea la destrucción de nuestra sociedad para devolvernos al siglo XI.
Si injustamente, un escritor dice en mi periódico que soy excesivamente yihadista, yo tengo todo el derecho de responderle en las mismas páginas que él es excesivamente gilipollas, y me quedo corto. Estoy seguro que de haberlo visto, el director lo habría matizado. Pero está entregado a la defensa de la pasividad de Rajoy y no ha leído el periódico ni la entrevista al majadero de J.J. Benítez.
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