José María Marco
Libertad de expresión
El caso de los titiriteros anarquistas podía haber provocado una puesta en cuestión de todo el sistema político y judicial español en nombre de la libertad de expresión, como aquel que se puso en marcha en 1909 –nuestro «affaire Dreyfus»–, cuando los tribunales condenaron a muerte (sin pruebas) al terrorista Ferrer y Guardia, y parte de la Europa progresista, y casi toda la izquierda española, se levantó como un solo hombre para afirmar que España seguía regida por la Inquisición y el oscurantismo. No ha sido así, como era de esperar. En España no está en peligro la libertad de expresión. Al revés. No se sabe de nadie que no diga lo que le venga en gana y que no ejerza la libertad de expresarse sin la menor cortapisa.
Eso no quiere decir que no se haya intentado, como vino a mostrarlo la pequeña manifestación que acogió a los mártires anarquistas a su salida de la cárcel, y múltiples opiniones y comentarios aparecidos en los medios estos días, empeñados una vez más en relacionar al Gobierno del Partido Popular con una supuesta represión de la libertad de expresión. Nadie podía esperar que a estas voces, previsibles, se sumara el gobierno del PP. (O sí, vaya usted a saber.) El caso es que es lo que ocurrió el pasado domingo, con unas declaraciones de José María Lasalle, secretario de Estado de Cultura, a «La Vanguardia». Lasalle nos explicaba aquí la supuesta diferencia entre la libertad de los anglosajones y protestantes –libertad orgánica e interna– y la de las sociedades «continentales» –católicas y nacionalistas–, que es una libertad legislada y otorgada, más frágil por tanto.
Lasalle confunde la práctica jurídica con la práctica de la libertad y la integración, un punto en el que las sociedades de origen y mayoría católica tienen pocas lecciones que recibir, al revés. Lo relevante, sin embargo, no es el fondo de la discusión, sino el tono profesoral y elitista, y el hecho de que el secretario de Estado de un departamento estratégico como el de Cultura haga acopio de argumentos que, en el contexto en el que van expuestos, avalan a quienes afirman que en nuestro país falla la libertad de expresión. Cuando se quiera explicar la distancia que se sigue abriendo entre la «cúpula» (más bien cupulilla) del PP y su electorado, bastará recordar estas cosas para entenderlo casi todo.
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