Cataluña
Mezquita de la Sagrada Familia
¿No han metido nunca la pata hasta el corvejón? Yo, bastantes veces y cuando evoco alguna de las pifias, hasta me pongo colorado. Suelen ser esos del sonrojo patinazos en los que no estuve a la altura. Los otros, los perpetrados por ignorancia como el de Cataluña, no me generan vergüenza sino dudas. Hasta hace pocos meses, ni podía imaginar que ocurriría un desastre semejante. A nadie con dos dedos de frente se le podía escapar que el sistema autonómico entrañaba riesgos y que el Estado estaba sometido a fuerzas centrífugas poderosas, pero daba por supuesto que la entrada en la Unión Europea laminaría esos problemas. Que el euro, la progresiva convergencia legislativa y programas como Erasmus, solventarían en una democracia avanzada como la nuestra los males inherentes al caciquismo y el separatismo. Frente a la modernidad de Europa, poco atractivo podía tener algo tan paleto, cazurro, vulgar y primitivo como el nacionalismo identitario. Es evidente que me equivocaba de plano y vista la personalidad de los Guardiola, Rahola y compañía, tampoco acerté creyendo que en el campo de la xenofobia sólo podía haber garrulos, horteras y patanes. No hace tanto, en una ocasión en que coincidí largo rato con Artur Mas en la sala de espera de una cadena de televisión, cuando él todavía era presidente de la Generalitat pero ya no decía nunca que se sintiera español, le hablé de estos temas y le pregunté qué entendía por «pueblo catalán». Me respondió muy amable que todo el que habita en Cataluña y entonces, por provocar, comenté que tenía la impresión de que sus hijos y los míos –ambos tenemos tres cada uno– eran mucho más parecidos, tenían gustos más comunes y visiones del mundo más similares, que las que pueden tener los chavales de Pedralbes y los de un barrio saturado de marroquíes como el Raval. Hace quince años, había 300.000 musulmanes en Cataluña. Hoy, según el censo de la Unión de Comunidades Islámicas, hay oficialmente 515.482, más que votantes de la CUP, más que votantes de Podemos, más que votantes del PP, tantos como votantes tuvo el PSC en las últimas elecciones autonómicas. Y un tercio tiene ya derecho a voto. Suerte han tenido el obispo de Solsona y los 400 curas del manifiesto independentista que a Puigdemont y compinches no les haya salido el plan de montar la República Catalana, porque a este ritmo, de haberlos dejado solos, en veinte años no sólo hubieran estado fuera de la UE sino también con la Sagrada Familia convertida en mezquita.
✕
Accede a tu cuenta para comentar