Milagro de vida

Decía Einstein que la vida puede observarse de dos maneras: como si nada fuese un milagro y como si todo fuese un milagro. Decididamente, cuando alguien se sana de una enfermedad entra en la categoría de «milagro». La joven de dieciocho años, infectada por la vía madre-hijo, que hace doce años dejó el tratamiento antirretroviral, puede que en su familia le inculcaran que era factible curarse de sida, puesto que mucha gente en el mundo había logrado plantarle cara al VIH. Como experta en Programación Neurolingüística, sé la importancia decisiva que tienen las creencias (forma de pensar y enfocar la realidad). Hipócrates pensaba que no había enfermedades sino enfermos. No todas las personas reaccionan igual ante una enfermedad o evento vital: mientras unas se lo toman como una oportunidad para sanar sus vidas, otras, por el contrario, se lo toman como «mala suerte» o, algo peor, como «una maldición».

Según el enfoque psicosomático de las enfermedades, podría decirse que la ausencia de salud oscila entre el amor y el miedo. Siendo las enfermedades relacionadas con el sistema inmunológico (sida, cáncer, etc), las más directamente afectadas por el miedo: el individuo desconectado de su parte espiritual se deja atrapar por éste, resultando una autovaloración y una autoestima muy bajas. Para sanar hay que matar al miedo. Cuando nos sentimos amados, vivimos arropados en la confianza de que algo es posible, en nuestro cuerpo se activan los mecanismos que promueven la sanación. Por eso, dicen que el amor todo lo cura. Si esta joven ha crecido en una familia que le ha dado amor en todas sus facetas, es lógico que su conjunto cuerpo-mente-alma haya logrado derrotar al sida. El miedo mata, el amor cura. Aunque la ciencia intervenga, el paciente tiene la última palabra. Ergo, si a alguien enfermo le animamos a recuperar el gusto por el amor, a seguir una dieta de buenos pensamientos con la dosis apropiada de perdón, y el tratamiento médico adecuado, seguramente, acabará creyendo que él o ella es un milagro.