José María Marco
Moción de censura
La moción de censura que hoy escenifica Podemos es un ejercicio táctico para sembrar la división entre los socialistas y, además, un intento de desprestigiar a un gobierno debilitado por la corrupción. Si las cosas les salen medianamente bien a los promotores, habrán conseguido demostrar que los socialistas no están lejos de sus posiciones y que hay un terreno común en la izquierda. Queda abierta la colaboración en el futuro y, en el presente, afianzada la posición propia de los populistas.
En cuanto al gobierno... es posible que, como ha ocurrido en el ensayo general con casi todo llevado en cabo en la Comunidad de Madrid, los podemitas exhiban tan sólo músculo propagandístico. Dada la popularidad del podemismo en el funcionariado, en la judicatura y en las fuerzas del orden –como antes ocurría con el PSOE–, tal vez tengan información relevante y sean capaces de utilizarla. Lo segundo indicaría cierta madurez. Lo primero nos llevaría al terreno de la construcción de una realidad paralela, que cala bien entre el 15 y el 20% de los votantes de los países desarrollados. Es un grupo joven, con estudios, criado en la abundancia, educado en el izquierdismo, encantado en las redes sociales y que ha decidido volver a encerrarse en ese mundo de ficciones que tanto predicamento alcanzó –también entre los más educados– cuando el comunismo parecía el fin ineludible de la historia, no hace tanto tiempo.
En cualquiera de los dos casos, el gobierno podría tomar la moción de censura como una oportunidad para exponer sus grandes líneas de actuación, los logros conseguidos en los años de reformas y los objetivos que se propone en esta legislatura. No hace falta entrar en polémicas. Vendría bien proporcionar a la opinión pública hechos que demuestren la vigencia de la Monarquía parlamentaria y el éxito de las reformas, hechas –además– con el respaldo de la sociedad. No siempre la propaganda lleva las de ganar en esto. En cuanto al PSOE, ha decidido abstenerse y va a perder una magnífica ocasión para desmarcarse del populismo (neo)comunista, que desde siempre ha sido el enemigo –no el adversario– de los socialistas. Así elaboraría una posición propia, de alternativa real al PP y ajena a las fantasías que han llevado a los socialistas a la irrelevancia, tan bien demostrada con su abstención en este debate.
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