José María Marco
Monarquía y (meta)política
Una encuesta reciente de LA RAZÓN ha demostrado el apoyo de la sociedad española al Rey y a la Monarquía, con un 76,2 por ciento de respaldo. Explican esta actitud la preparación del monarca, la renovación de los usos de la Casa Real y la seriedad y el respeto a la norma constitucional con los que Felipe VI ha encarado su papel en momentos tan difíciles como los que hemos pasado desde las elecciones de 2015. Sin duda, también tiene un papel relevante el ya célebre discurso pronunciado poco después de la parodia de referéndum organizada por la Generalidad de Cataluña.
En una clase con estudiantes extranjeros en aquellos mismos días, uno de ellos se extrañó de que el Rey no tuviera nada que decir ante la crisis nacionalista catalana y preguntó por qué no hacía nada para defender lo que le parecía obvio, como era la unidad del país. La respuesta no era fácil, porque exigía comprender que la cuestión nacional, en nuestro país, es –o era, aunque todavía no está del todo claro– una cuestión política partidista. El Rey, por tanto, se arriesgaba a transgredir su papel constitucional, y por tanto a poner en peligro todo el edificio institucional, si tomaba partido en algo por otra parte tan obvio como aquello, que es justamente la defensa de lo que el mismo monarca simboliza y encarna.
Tras el discurso, el mismo estudiante me hizo saber con sonrisa triunfante que él tenía razón. Como es natural, no intenté contradecirle en lo más mínimo, al contrario. El Rey, efectivamente, había restaurado el papel personal e institucional que le corresponde y, dejando atrás las divisiones de la clase política, había actuado como si existiera el consenso, propio de una democracia liberal, sobre la nación, la nación española se entiende.
El Rey no había hecho política partidista, pero había reconstruido las bases sobre las que esta se puede hacer. Con aquel gesto, las normas y las leyes cobraron todo su sentido, y las organizaciones políticas se veían obligadas a actuar en un terreno nuevo, que la Corona, como máxima institución del Estado, diseñó con aquel discurso. Una vez más, el Rey había entendido a la perfección la situación de su país. Se comprende bien su popularidad.
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