Cristina López Schlichting
Paloma Gómez Borrero
Cuando Paloma Gómez Borrero era niña los listines telefónicos no estaban sometidos a protección de datos y traían la dirección y la profesión de los titulares. Un problema de matemáticas le estaba dando problemas y, ni corta ni perezosa, llamó a un ingeniero para pedirle ayuda. El hombre, sorprendido, reaccionó bien sin embargo y le pidió unos minutos. Telefoneó de vuelta para decirle que el resultado era: «Dos obreros y medio». Como a Paloma no le convencía, escribió: «El resultado es dos obreros y un niño pequeño que ayuda». La deliciosa anécdota, que revela la materia periodística de la que estaba hecha la gran profesional que llegaría a ser, la contó el martes en el Ateneo de Madrid José Carlos Gómez Borrero, su hermano.
Nos habíamos citado allí para un homenaje público a Paloma y las lágrimas y las risas se mezclaron de un modo que sólo ella podía procurar. También los presentes combinaban todo el arco ideológico. Cristina Almeida, gran amiga suya, relató con qué delicadeza se ocupaba Paloma de su madre enferma. Inés Ballester y Rosa Villacastín recordaban su talla profesional y humana. Su sobrina Pilar, periodista también, revelaba cómo su primo y ella pelearon una mañana porque ambos afirmaban haber trasnochado el día anterior con la tía. «Me había dejado en casa a la una y media y se fue con su coche –relató Pilar–, tenía entonces setenta y tantos años y resultó que, a continuación, se había presentado en el local de copas donde trabajaba su sobrino y donde se sorprendieron de ver a la corresponsal vaticana por la noche de Madrid».
La mujer que pasará a la historia por haber transmitido en España el emocionante pontificado de Juan Pablo II tenía, más allá de los platós y los estudios, una profunda vida. El sacerdote y periodista Manuel Bru tomó el martes la palabra para contar cómo solía trasladarlo a toda velocidad por Roma en su pequeño coche, desafiando todas las normas de tráfico, y cómo, una de las veces que coincidieron en el aeropuerto de Fiumicino, cuando acababa de invitarla a una cerveza, Paloma le dijo: «A ti te lo puedo contar, Manolo, lo que a mí me apetece ahora es pasar un rato por la capilla». Estuvieron rezando una hora –al parecer solía hacerlo en las largas esperas para tomar los aviones– y después, «más contentos que unas pascuas, nos fuimos a charlar y a por la cerveza».
Paloma Gómez Borrero se merece éste y muchos más homenajes. Espero que Pilarín, como llaman a su sobrina, publique el libro de anécdotas que nos tiene prometido, pero entretanto conviene subrayar que España le debe mucho a una periodista rigurosa, pionera entre las mujeres, que dio exclusivas tan rotundas como la muerte de Alberto Moravia o Aldo Moro pero que, sobre todo, transmitió de una forma humana y extraordinariamente cariñosa la vida del inolvidable Juan Pablo II. Muchas gracias en nombre de todos.
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