José María Marco
Rajoy, el prudente
Uno de los grandes éxitos de Rajoy es conseguir que se hable de él como de un hombre poco dado a la acción, un conservador apegado a la realidad de las cosas, una suerte de Don Tancredo convencido de que la inmovilidad es la mejor manera de que los problemas se vayan solucionando... solos. Triunfa el galleguismo de convicción. La mejor manera de enfrentarse a una realidad complicada, porque la realidad siempre es complicada, por no decir inabordable, es evitar cualquier gesto que la haga más difícil. Todo es empeorable, y en grado imprevisible.
El caso es que Rajoy llegó a la Moncloa con el 39,14% de los votos, un respaldo altísimo en el panorama político europeo actual. A día de hoy, un curso político o un año después, ese respaldo no ha disminuido significativamente. Son dos éxitos de gran envergadura. Pueden ser explicados mediante el dontacredismo ya proverbial del Presidente del Gobierno, o bien recurriendo a otras consideraciones.
El gesto fundamental de la vida política de Rajoy fue negarse a pedir el rescate. En plena crisis, cuando casi toda la opinión publicada de nuestro país la exigía como la única medida realista, Rajoy tuvo el valor y el temple suficiente como para confiar en la economía y en la sociedad española. (No se lo han perdonado, como es natural). De ese gesto de una temeridad aznariana, se podría decir, se deduce la política ante la crisis que ha llevado a una recuperación extraordinaria. Nuestro país ha vuelto a ser un modelo.
Con el final del llamado bipartidismo, había que preservar este crecimiento y evitar que las reformas de la legislatura 2011-2015 fueran echadas abajo y revertidas. Esto se ha conseguido mediante una combinación de resistencia (la amenaza velada de convocatoria de nuevas elecciones) y la negociación continua con todas las fuerzas parlamentarias dispuestas a ello. Puede que sea un especialista del inmovilismo, pero Rajoy ha demostrado que tiene más capacidad para el diálogo y la negociación que muchos de quienes agotaban sus fuerzas en pedir ese mismo diálogo y luego han sido incapaces de negociar nada. El resultado, que ha combinado estabilidad política y preservación –y en algún caso, como en la reducción del déficit, continuación– de las reformas, ha dado por resultado un crecimiento histórico.
El segundo gran desafío al que se ha enfrentado Rajoy en este año ha sido el nacionalista catalán. Desactivado el rescate, que habría significado el triunfo de las tesis nacionalistas, era necesario no un enfrentamiento frontal, sino una política de eso que los especialistas llaman de desminado del intratable problema catalán, complementada con otra, igualmente discreta, de aislamiento de los nacionalistas, dentro y fuera de España. Acompañado de una oferta de diálogo permanente y de una inequívoca disposición a cumplir y hacer cumplir la Constitución, los resultados no se han hecho esperar. El nacionalismo está solo y dividido, además de desacreditado. De paso, nuestro país, que ha hecho las reformas necesarias y defiende la globalización frente al histerismo de los populismos identitarios, ha empezado a recobrar el puesto que le corresponde en la UE.
Hay un tercer gran problema, como es la oleada del populismo, ante el que Rajoy tiene poco margen de maniobra. En su opinión, sin duda, la clave reside en el crecimiento económico. La evolución del electorado le da, por ahora, la razón. El populismo se ha estancado y anda en retroceso. Las increíbles posiciones del PSOE de Sánchez no harán más que corroborar a Rajoy en su actitud. En política, donde se depende de los demás más que en ninguna otra actividad humana, sólo vale la prudencia, por mucho que tampoco esta garantice nada. Los electores lo saben, tanto como el propio Rajoy.
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