Fernando Rayón
Si yo fuera el Rey
No ocurre sólo en España. En muchas monarquías occidentales sucede lo mismo. El Jefe del Estado sólo aparece, al margen de sus tareas protocolarias y de representación, en el momento de la propuesta al Parlamento del primer ministro. Y, aunque normalmente esa propuesta se desarrolla por cauces esperados, otras veces –por la aritmética de los resultados electorales– corresponde al Rey proponer un líder que no es el del partido más votado, sino el líder de una mayoría de consenso. El problema es que en España hasta ahora eso no había sucedido nunca: no había jurisprudencia al respecto ni tampoco muchas ganas de pactos.
Parte del rifirrafe de la semana pasada en los discursos de investidura implicó al Rey. Casi todos los líderes aludieron a su figura. Con bastante mal estilo, por cierto. Que si engaños, que si utilización... las alusiones a Felipe VI parecían justificadas con tal de ganar un plus de imagen. Fue un error.
Porque Felipe VI no fue engañado, ni utilizado, ni manipulado, ni –como dijo Albert Rivera– «puesto en jaque» por Rajoy. Y no lo fue, porque la decisión que toma, la propuesta que hace, no corresponde a sus deseos o preferencias, sino a la que le transmiten los líderes políticos. Es decir, que si Rajoy le dice que no cuenta con votos para ser elegido, el Rey no es puesto en jaque al no poder proponerlo. Y si Pedro Sánchez le dice que cuenta con votos para la investidura y –como luego vimos– no los tenía, esa mentira sólo afecta al secretario general del PSOE y no al Rey. El engaño, como matizó el propio Rajoy antes de la segunda votación de investidura, consiste en utilizar las instituciones del Estado en beneficio propio. Ése sí que era el engaño: engaño también a los españoles. Por eso, este tiempo nuevo que se abre con la audiencia del Soberano de esta tarde a Patxi López tiene otras alternativas, algunas de ellas incluso muy interesantes. Porque el Rey no convoca al presidente del Congreso para saber lo que pasó en la investidura: eso ya se lo dijo el viernes por la noche de manera oficiosa por teléfono, sino para conocer por Patxi López si hay alguna nueva alternativa en el Parlamento para que alguien consiga la investidura. Y caso de que nadie la tenga –como al día de hoy sabemos–, poder arbitrar otras alternativas, a saber: nueva ronda de conversaciones, propuesta sin ronda de conversaciones, propuesta diferente a la que hacen los partidos o, incluso, proponer un primer ministro ajeno al Congreso de los Diputados. Todo lo permite la Constitución.
Por eso, y si yo fuera el Rey, diría hoy a Patxi López con buen tono y gran empatía: o se ponen de acuerdo ustedes en quince días, o les nombro yo un primer ministro al día siguiente. Ni hablar de seguir gastando dinero en unas nuevas elecciones. No sería un ultimátum. Es buscar una salida razonable. ¡Y que espabilen!
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