Jesús Fonseca
Un prelado «rojo» para el Opus Dei
Nació en el exilio. El nuevo prelado del Opus Dei, que estará a partir de ahora al frente de más de 90.000 fieles distribuidos en 60 países, es hijo del éxodo y el llanto. Fernando Ocáriz vio la luz en París, donde aprende a volar y abraza el amor con la soledad: «A Paris, a Paris mon coeur sén va...». El español Fernando Ocáriz era hijo de represaliados del franquismo. Su padre, militar republicano, había llegado a la capital francesa huyendo de un seguro Consejo de Guerra, con su mujer y sus siete hijos. Fernando, el más pequeño, vería la luz junto al Sena. Aquél chavalín delgaducho, vivaracho y muy inquieto, que no desaprovechaba oportunidad de hacer alguna trastada a sus hermanos siempre que podía y al que encantaba dibujar y que con el paso de los años sería físico, es ahora la cabeza de un movimiento universal con cientos de escuelas y centros educativos, decenas de universidades y de hospitales en todo el mundo, muchos de ellos en los lugares más pobres y olvidados, como el de Monkole, que yo visité con Abdouyulaye Traoré, y que me impresionó por su limpieza, y por el sosiego y la alegría que allí se respiraba. Ocáriz es el sucesor de Javier Echevarría, un hombre de probada grandeza humana y sobrenatural, que pasó por la vida haciendo el bien a manos llenas y prestó impagables servicios a la Iglesia con eficacia y discreción. A los dos les gustaba el tenis, pero le solía ganar Ocáriz. Algo que Don Javier aprendió a aceptar –pero le costó– con resignación cristiana. Lo mejor del flamante prelado es tal vez su preparación y capacidad para tender puentes, para escuchar y compartir. Fernando Ocáriz es un hacedor de amigos. Así me lo pareció la primera vez que lo saludé. En veces sucesivas, me llamó la atención su mirada amable; ese gesto tan suyo, contenido y muy educado. Algo tímido, tal vez, aunque no por eso menos cercano. Equilibrado y prudente. Más le vale. Buena falta le va a hacer para gobernar una organización tan dinámica como el Opus, con gentes de toda ralea y en plena transformación, para regocijo de algunos y tembladera de otros. Dicen los que le tratan a diario que a Ocáriz, desde ayer uno de los españoles más influyentes del mundo, le distingue la sensatez y el sentido común. Entre sus retos: hacer comprensible el Opus Dei a las personas de buena fe que no lo entienden. Algo para lo que le vendrá bien olfatear la calle y, sobre todo, escuchar y hacer caso a las mujeres del Opus, atentas como nadie al palpitar que salta a borbotones por las venas del vivir.
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