Alfredo Semprún
Venezuela se está quedando sin comida
Les transcribo unos párrafos de una crónica costumbrista del diario «El Nacional» de Caracas, Venezuela: «Los golpes e insultos son el corolario de una larga espera que supera las cuatro horas en las colas a las afueras de los supermercados en los que se anuncia la llegada del arroz y la harina precocida, en la isla de Margarita (...) Más allá de las 5:00 pm las colas eran de varios kilómetros de personas que esperaban ansiosas adquirir los cuatro paquetes de harina precocida, producto que se disputaron, en algunos casos, por medio de puñetazos (...)La gente se negó a ser numerada en los brazos para poder comprar el escaso producto. Uno de ellos comenzó a gritar: "Chávez vive, las colas siguen", lo que despertó la rabia de los simpatizantes del oficialismo y con ello los insultos y empujones que ameritaron la presencia de los agentes del orden público».
El nuevo paraíso socialista se está quedando, literalmente, sin comida. En los supermercados oficiales, con precios controlados, el acceso se regula mediante el dígito final de la cédula: los lunes y jueves, pasan los DNI terminados en 1, 2, 3; los martes y viernes, 4, 5 y 6; los miércoles y sábados, 7, 8, 9 y 0. Oficiales del Ejército toman nota cuidadosa de cada cliente. No se permite adquirir más de un kilo de pollo a la semana. También están racionados la leche, la harina, el azúcar y el arroz. En el mercado lbre, medianamente negro, los precios de los productos básicos están disparados. Aceite y mantequilla son objeto de culto. Al Estado venezolano le faltan divisas para afrontar las importaciones de choque, pese a que el barril de petróleo se mantiene por encima de los 100 dólares. Hay escasez de repuestos de automóviles, de materiales de construcción. Los fontaneros se vuelven «manieristas» rehaciendo grifos, codos y tuberías. Falta gasolina y, en el interior, continúan los cortes diarios de electricidad. La ineficiencia y la corrupción han dejado las infraestructuras energéticas como si las hubieran bombardeado los B-52. En el país de los llanos, hay que comer carne enlatada de Nicaragua; la cerveza no llega porque las primeras lluvias se han aliado al mal estado de las carreteras y la Policía registra casa por casa en el Estado de Bolívar a la búsqueda de los acaparadores de alimentos. En lugar de publicitar las grandes aprehensiones de drogas o armas, los periódicos dan cuenta de alijos de pollo congelado. Nicolás Maduro, el presidente de los pajaritos, el hijo de Chávez, ha ido a pedir comida y técnicos agropecuarios a Brasil y Argentina. También a Uruguay, donde se produce la mejor leche del mundo. Pagará en petróleo. Ahora resulta que hay que volver a enseñar a los venezolanos cómo se siembra el azúcar, cómo se cultiva el arroz y cómo se cría el ganado. Los que sabían, o están en el exilio o los mataron cuando las ocupaciones de fincas. Los cuarenta mil asesores cubanos, pagados a precio de oro negro, no parecen servir de mucho. Uno se pregunta a cuántos fracasos socialistas habrá que asistir para que la izquierda deje de dar lecciones. De la inflación, de la violencia, de la corrupción, ni hablamos. Los propios servicios de información bolivarianos advierten del riesgo de un estallido social de grandes proporciones, mientras el Gobierno culpa de todo al imperialismo y tilda de fascista a la oposición, que representa, al menos, a la mitad del país.
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