El desafío independentista
Cataluña se instala en el desgobierno
Con tal de que el «proceso» no descarriara, que se cumplieran la hoja de ruta prevista y la puesta en marcha en tan sólo 18 meses de la independencia de Cataluña de España y del conjunto de la Unión Europea, Junts pel Sí –la extraña alianza entre Convergència y su oposición, ERC– aceptó el apoyo de la CUP. Lo único que importaba era que esta organización antisistema fuese independentista de inspiración abertzale, no que defendiese salir del euro y de la economía europea y que aprobar los Presupuestos fue poco menos que legitimar el sistema capitalista que tanto detestan. Lo realmente inmoral del «proceso» es que un gobierno con base de centro derecha –aunque aderezado, sí, con mucho nacionalismo extremista– se alíe con un partido de extrema izquierda. Después de seis meses, lo único que puede decir el presidente accidental de la Generalitat, Carles Puigdemont, es que se va a someter a una moción de confianza ante el rechazo de la CUP a aprobar las cuentas públicas, pero que lo hará en el mes de septiembre. Cataluña deberá seguir sin gobierno, algo de lo que no es responsable la CUP, sino el conjunto de los dirigentes del independentismo que han asaltado las instituciones para apropiárselas y ponerlas al servicio de su proyecto, en contra de la mayoría de los catalanes.
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