Restringido
Juntos derrotaremos al terror
Habíamos comentado en tragedias similares que no existía la seguridad absoluta y que ninguna medida, protocolo, dispositivo o despliegue era lo suficientemente eficaz para impedir un ataque terrorista contra la cotidianidad de una sociedad que precisamente tiene la libertad en su razón de ser. No era una presunción arriesgada, era una certeza sustentada en las más amargas experiencias. Barcelona, España, se sumó ayer a la lista negra de ciudades europeas, también de otras partes del mundo, que fueron objetivo del fanatismo yihadista de la forma más cruel, vil y cobarde. A primera hora de la tarde, una furgoneta irrumpió en la céntrica Rambla de la Ciudad Condal y se lanzó contra los indefensos transeúntes hasta que quedó inmovilizada en un obstáculo. El terrorista dejó un reguero de muerte, sufrimiento y pánico. Al menos, trece personas fueron asesinadas y otras decenas resultaron heridas. De nuevo, el método empleado fue el menos sofisticado, pero igualmente eficaz para lograr sus macabros objetivos y generar un impacto psicológico superlativo, como así sucedió. Bajo un estado de conmoción general, los servicios de seguridad y emergencia respondieron a una situación límite y excepcional. La confusión de los primeros instantes propició un panorama de noticias cruzadas y desinformación, en el que se llegó incluso a indicar que el atacante se había atrincherado, lo que finalmente no se confirmó. A la hora del cierre de esta edición, lo único cierto era que un presunto terrorista había sido abatido tras un enfrentamiento y la detención de un joven magrebí que supuestamente había alquilado la furgoneta. En el momento en el que avance la investigación habrá tiempo de conocer todos los detalles de su autor o autores, ramificaciones, implicaciones y filiaciones, si bien una presunta reivindicación del Estado Islámico apareció a primera hora de la noche. Lo cierto es que España, como todas las democracias occidentales, estaba bajo la amenaza del fanatismo islámico. Lo sabíamos bien, pues, gracias a las Fuerzas de Seguridad y a los servicios de información, las operaciones de desarticulación de células radicales han sido una constante en los últimos años. Con toda probabilidad, se han evitado un buen número de acciones como la que ayer sufrimos en Barcelona, pero eso no es consuelo alguno ante tal ejercicio de maldad y barbarie. Nuestro país mantenía un nivel 4 de alerta terrorista desde junio de 2015 y habrá que evaluar a la vista de los acontecimientos si no será necesario activar el máximo dispositivo de prevención y seguridad, como ocurre en Francia. En todo caso, nuestros responsables policiales y expertos antiterroristas tienen experiencia y conocimientos más que demostrados como para confiar en que sabrán evaluar las necesidades y las medidas a adoptar ante el nuevo escenario provocado por esta acción terrorista.
Que Cataluña haya sido el lugar elegido para el atentado tiene connotaciones que no se pueden soslayar. El Departamento de Estado de Estados Unidos considera a este territorio de nuestro país como el «mayor centro mediterráneo del yihadismo» desde hace años. La fuerte implantación de la comunidad paquistaní y marroquí en Barcelona y la efervescente actividad de islamistas en localidades como Tarragona, Hospitalet, Badalona y Reus justificaban esa alarma. De hecho, la comunidad autónoma alberga la mitad de las mezquitas salafistas de España, que se han multiplicado en una década y en las que se predica una interpretación radical del Islam. Por tanto, el caldo de cultivo era el ideal para que el proselitismo yihadista prendiera con fuerza y, lamentablemente, con eficiencia.
España cuanta con una amplia experiencia en la lucha contra el terrorismo de ETA e islamista. Este país, sus ciudadanos, hemos padecido los embates de la sinrazón y la crueldad más extremas de quienes intentaron subyugarnos y someternos con la violencia. En el recuerdo siempre los centenares de víctimas, sus familias y, especialmente en un día como hoy, la trágica jornada del 11 de marzo de 2004 en Madrid. La fecha de ayer quedará ya siempre en la historia negra del terrorismo en nuestra tierra y en Europa. En todos estos años de lucha nunca se desistió ni se vaciló frente a quienes intentaron destruir nuestro modo de vida, nuestra civilización y todo lo que representan. Reaccionamos con la unidad, la entereza y la convicción en torno a los principios y los valores de la democracia, en el pensamiento de que la libertad es nuestro patrimonio y nuestro parapeto desde el que defender los derechos fundamentales, entre ellos, el valor supremo de la vida que nos convierte en lo que somos y en lo que nos distingue de aquellos que nos atacan. Hoy, más que nunca, nuestras autoridades, todas, deben estar con las víctimas y sus familias, y el país debe rendir tributo a su sacrificio para intentar consolar un dolor abrasador. Y tenemos también la obligación de redoblar nuestra mensaje a los asesinos y a los que les apoyan. El mensaje de que no conseguirán sus propósitos, de que seguiremos en pie, de que lloraremos a nuestros muertos para después seguir junto a nuestros aliados en una lucha necesaria, de que aprenderemos de los errores y de que nos mantendremos firmes. Nos jugamos nuestra libertad y todos debemos estar a la altura. Hemos de prevalecer para honrar a los que nos fueron arrebatados y probar que su padecimiento no fue en vano.
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