Constitución
La retirada de las «esteladas» no es más que otra falsa polémica
No existe intencionalidad política alguna en la prohibición de exhibir banderas independentistas catalanas durante la final de la Copa del Rey que se disputa el próximo domingo en Madrid, en el estadio Vicente Calderón. No es que no consideremos legítimo rechazar políticamente una enseña que no es oficial y que divide a los ciudadanos; es, simplemente, que su retirada obedece a meras razones de seguridad pública y como tal la prohibición ha sido adoptada por la Real Federación Española de Fútbol, y no por la Delegación del Gobierno. De ahí que no se debiera caer en la trampa de los separatistas catalanes que, como en otras ocasiones, alimentan falsas polémicas victimistas donde no hay más que racionalidad. En este caso, además, es imposible ocultar el oportunismo electoralista en la sobreactuación del presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, y de otros representantes independentistas catalanes, toda vez que la decisión adoptada sobre las «esteladas» en la comisión encargada de planificar la seguridad de un encuentro deportivo calificado de alto riesgo es la misma que se tomó con motivo de las últimas visitas del F. C. Barcelona a los estadios Santiago Bernabéu y Vicente Calderón. Nadie, tal vez porque entonces no nos hallábamos en periodo electoral, sacó de quicio las cosas, como ha ocurrido ayer. Con el agravante de que otros representantes políticos no nacionalistas, como los de Podemos y los socialistas, se han unido a la manifestación, seguramente, por desconocer los hechos. Aunque los ciudadanos están acostumbrados a este tipo de reacciones precipitadas, que hurgan en la emocionalidad de las personas en busca de réditos políticos, convendría un poco más de reflexión, sobre todo cuando nos hallamos ante uno de los problemas más graves para la estabilidad de España como es el desafío planteado por el separatismo catalán. Por otra parte, y pese a quien pese, la defensa del espíritu deportivo frente a las manipulaciones de carácter político, que tratan de secuestrar los grandes espectáculos para fines sectarios, es uno de los compromisos más nobles de quienes velan por la limpieza en el deporte y por los valores que representa. Nada más contrario a la aspiración de juego limpio, concordia, esfuerzo y fraternidad que el fomento del odio y la diferencia, ya sea con «esteladas» o con enseñas nazis. De hecho, la UEFA ya ha sancionado dos veces al F. C. Barcelona por exhibir banderas y pancartas políticas y por proferir cánticos e insultos durante los encuentros de la Liga europea de campeones. La primera sanción, de 30.000 euros, se impuso por la exhibición de «esteladas» en la final de la Champions que se disputó en Berlín en 2015. La segunda, de 40.000 euros, por el mismo motivo, a raíz de la celebración del partido con el Bayer Leverkusen jugado en el Camp Nou el 29 de septiembre de 2015. Hay que insistir, pues, en que la decisión de la Federación Española de Fútbol –organizadora del encuentro– ni es una medida novedosa o insólita, ni responde a cuestión política alguna. Se ha tomado en aras de la seguridad, por entender que la exhibición de las banderas separatistas catalanas puede incitar a la violencia y provocar problemas de orden público. Asimismo, se trata de una iniciativa que viene respaldada por los reglamentos internacionales, la Ley 19/2007 contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte, y el propio manual elaborado por la RFEF con motivo del encuentro.
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Pasividad ante la tragedia