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Por sentido de Estado debe gobernar la lista más votada
El Partido Popular ganó ayer las elecciones. Fue la fuerza más votada y la que tiene mayor número de escaños. Ha perdido 64 diputados, algo con lo que el partido del Gobierno ya contaba en mayor o menor medida, pues nadie cruza el río de la crisis económica sin salir diezmado y con el acoso de la corrupción. La oposición ha capitalizado electoralmente cuatro años de esfuerzo y de políticas reformistas que han marcado el camino de la recuperación económica. Desde este punto de vista, el PP ha cumplido con los puntos fundamentales de su programa, no ha engañado a nadie y ha planteado siempre con claridad sus objetivos para seguir en La Moncloa. Y ha sido fiel a su política para formar Gobierno: siempre la lista más votada. Lo resultados no han sido brillantes, el descenso ha sido claro y ahora se abre un nuevo escenario que el PP puede manejar si otras formaciones actúan con sentido de Estado. El objetivo no puede ser otro que la estabilidad del país en un momento clave para nuestra recuperación económica. No sería bueno rectificar lo fundamental de nuestra política económica y, guste o no, la realidad es que los mercados actúan de manera determinante sobre las decisiones políticas. El maximalismo es lo peor que nos podía pasar. Que gobierne la lista más votada obligará a desarrollar una política de pactos para la que el PP está capacitado: no olvidemos que su distancia frente al segundo partido, el PSOE es de 31 escaños, además de que los populares han mantenido la mayoría absoluta en el Senado con 114 escaños. Estamos hablando de una mayoría suficiente en el Congreso con la que se podrían forjar acuerdos fundamentales en estos momentos cruciales para nuestro país. La realidad es que entramos en capítulo político ingobernable. Partiendo de que Pedro Sánchez ha evitado introducir en su partido la posibilidad de una «gran coalición» con los populares y que nuestro país carece de la cultura política para formar estas grandes alianzas se abre la posibilidad de crear una multicoalición de izquierdas liderada por el PSOE, el apoyo de Podemos –con todas las marcas blancas regionales–, además de ERC, Izquierda Unida, que se ha quedado en dos diputados, incluso de Bildu, a pesar de su debacle. Esta posibilidad está abierta, como anoche exigían las bases socialistas en Ferraz y que también contemplan sus dirigentes. El objetivo es desalojar al PP de La Moncloa al precio que sea. No es una buena noticia. Entraríamos en una situación inédita en la política nacional, aunque la experiencia de desbancar del poder a la fuerza más votada por una coalición de izquierdas se está aplicando ya con el consentimiento de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. Este pacto podrá exhibirse como una muestra de regeneración política, pero no deja de ser la fórmula más inestable y oportunista de gobierno. Puede entenderse que el líder socialista tiene dos salidas: o dimitir por llevar a su partido a uno de sus peores resultados o aceptar capitanear un pacto que le lleve a La Moncloa, aunque sea con el apoyo de partidos que están en sus antípodas. El primer lugar, recibirá el apoyo de una formación como Podemos, afín al bolivarismo y un intervencionismo estatal que ya no se aplica en las democracias avanzadas y partidario de la autodeterminación de Cataluña y la realización de un referéndum independentista. ¿Puede aceptar el apoyo de un partido situado en la extrema izquierda? ¿Ha valorado los costes que puede tener no sólo para el PSOE, sino para la gobernabilidad de España? No todos los partidos están dispuestos a gobernar a cualquier precio. El PSOE no debería olvidar que en Cataluña llegó a la Generalitat gracias a un «tripartito» y el apoyo envenenado de ERC, que de nuevo querrá hacer valer sus diputados, ahora en Madrid. Un Gobierno basado en acuerdos con una gama de partidos tan amplia y a los que sólo les une desbancar al PP de poder, no es lo que ahora necesita España. Es necesario hacer una interpretación los más exacta posible de los resultados y no creer que las consignas de algunos partidos refleja la realidad. Anoche se llegó a hablar de «final de un sistema» y, claro está, de la muerte del bipartidismo. Lo cierto es que dos partidos nuevos han entrado con fuerza en el Parlamento, pero ahora lo que está encima de la mesa es un partido ganador como el PP, una segunda fuerza representada por el PSOE y dos partidos que se estrenan el acto parlamentario, Podemos y Ciudadanos. Se abre un época en la que habrá que pactar, pero hacerlo con sentido de Estado y no a cualquier precio.
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