Crisis en el PSOE
Sánchez fuerza el choque con un discurso plagado de falacias
Pedro Sánchez consiguió ayer, con una intervención pública plagada de falacias, crispar aún más el clima de enfrentamiento que vive el Partido Socialista y dejar imposible cualquier opción de acuerdo con sus opositores para buscar una salida digna a su situación personal. Sólo el reconocimiento tardío y oportunista de que no nos hallamos ante una cuestión de disputa reglamentaria, sino ante un problema de carácter político, debería haberle obligado a zanjar el asunto con su dimisión. Pero no. Tras retorcer los estatutos, bloquear la convocatoria de la Comisión de Garantías y negar sus derechos a los dirigentes y militantes del partido que no piensan como él, Sánchez decidió ayer cubrirse las espaldas y salvar la responsabilidad por si en la cita de hoy el PSOE toca fondo y hay que recurrir a la normativa interna. Si la mayor parte de lo dicho ayer, desde el discurso anti-Rajoy hasta sus soflamas contra la gestión del actual Gobierno, pasando por su oferta de «cambio» y por la manipulación de la realidad en clave sectaria, ya es de sobra conocido, Sánchez consiguió rizar el rizo de la tergiversación cuando quiso hacernos creer que un PSOE en la oposición a un Ejecutivo en minoría no podría ejercer su labor con la contundencia necesaria. No se necesitan tales mentiras para defender una ambición personal, por más absurda que parezca a los ojos del interés general. Ni España es una democracia débil, que está esperando un salvador de su talla, ni el futuro del partido depende de su liderazgo. Todo lo contrario, los hechos demuestran que al PSOE le hubiera ido muchísimo mejor sin él, sin el líder que abrió las puertas del poder municipal a la extrema izquierda y que está dispuesto a pactar con los independentistas con tal de gobernar. Aunque lo hiciera, ahora sí, bajo chantaje. No valen más excusas, ni el recurso freudiano para contento de la militancia de cargar al Partido Popular con todos los estigmas al uso, muchos de los cuales, como la corrupción, son, desafortunadamente, patrimonio de todos. Por ello, con esta actitud frentista y manipuladora, no parece probable que del Comité Federal extraordinario convocado por la actual Ejecutiva ilegal vaya a surgir una solución capaz de reconducir el esperpento. Tal vez, los partidarios de la dirección inhabilitada crean que retorciendo hasta el extremo la interpretación de los estatutos del PSOE –que no podían prever un acto de rebeldía interna tan grosero– van a ganar la apuesta con la celebración de unas primarias hechas a la medida de Pedro Sánchez, pero, aunque así fuera, sólo retrasarían lo inevitable. Si ya es discutible la apelación a las bases en medio de un proceso de ruptura tan brusco como el actual –técnica populista depurada por el peronismo–, lo es mucho más que se pretenda reducir el problema a una simple cuestión de afinidades personales, especie que sólo busca deslegitimar el paso dado por los barones y dirigentes del sector crítico. Porque, incluso la adopción de estilos propios de la extrema izquierda por parte de la actual dirección –que ha sustituido el ideario político del PSOE por el sectarismo– fue admitida como un mal menor por los críticos, en la confianza de que la propia estulticia del adversario populista acabaría por disolver la amenaza. Pero lo que obligó a tomar una decisión tan grave como es provocar la destitución del secretario general fueron las maniobras, nada discretas, de acercamiento a los nacionalistas por parte de un Pedro Sánchez empeñado en hacerse presidente.
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