El desafío independentista
Un discurso valiente y necesario
El Rey se dirigió a todos los españoles para defender la Constitución, el autogobierno de Cataluña y nuestra democracia. Su discurso breve, grave e intenso, a la altura de las circunstancias por las que atraviesa nuestro país, con un mensaje inequívoco: los dirigentes de la Generalitat «han quebrado los principios democráticos de todo el Estado de Derecho y han socavado la armonía y la convivencia en la propia sociedad catalana». La situación derivada del «proceso» ha sido tan catastrófica, ha sido tan abrumador el «intento de apropiación de las instituciones históricas de Cataluña», que el jefe del Estado sólo puede defender la «unidad de España y la soberanía nacional, que es el derecho de todos los españoles a decidir democráticamente su vida en común». Esa es su misión constitucional. Ofreció las «vías constitucionales para que cualquier persona pueda defender sus ideas dentro del respeto a la ley». Ese es el marco desde el que se debe reemprender el diálogo. La puerta, por lo tanto, está abierta si queremos avanzar juntos. Fuera de este ámbito de convivencia no hay futuro democrático ni para España ni para Cataluña. El país vive con preocupación, tensión y también miedo y necesita una salida. No hay que olvidar que más de la mitad de los catalanes no está de acuerdo con la secesión y que su voz debe ser escuchada y protegida. Don Felipe lo ha reiterado en numerosas ocasiones en Cataluña: su «entrega al entendimiento y concordia entre españoles». Está en juego el futuro de nuestro país, una sociedad avanzada, moderna y tolerante que conquisto su futuro con esfuerzo e ilusión. Sacrificar estos últimos cuarenta años de vida en libertad sería de una irresponsabilidad histórica que no nos podemos permitir. El discurso del Rey ha querido, por lo tanto, enfatizar el camino tomado por «determinadas autoridades de Cataluña, de una manera reiterada, consciente y deliberada, incumpliendo la Constitución y su Estatuto de Autonomía». La deslealtad ha sido inadmisible y dolorosa. La voluntad mayoritaria de los catalanes sigue siendo compartir el futuro con el resto de España. Y Don Felipe los ha invitado a defender sus ideas dentro de la Constitución y la Ley». Ese es el marco dentro del cual ha avanzado nuestro país. Cataluña, en contra de sus actuales dirigentes, tiene cabida en España, como siempre ha sido, y es la hora reconstruir esos afectos con sinceridad. Llegado a este punto, es necesario que en la Generalitat se imponga la sensatez, se detenga la escalada de provocaciones, que se haga un llamamiento a la población a abandonar las calles y que cese el hostigamiento a la Policía Nacional y Guardia Civil. La escalada de tensión ha llegado demasiado lejos. La irresponsabilidad de Carles Puigdemont y los dirigentes nacionalistas puede llevarnos a una situación irreversible de consecuencias dramáticas. La fractura social ha llegado a un límite en el que será difícil recomponerla, lo que supone ya un fracaso en toda regla del catalanismo sensato y del principio que orienta a las sociedades abiertas y democráticas: la división en dos comunidades diferenciadas. Cada uno de los movimientos que ha guiado al «proceso» sólo ha conseguido la división; la huelga general de ayer, también. Cuando se emprendió aquella aventura, nadie midió bien las consecuencias. La Generalitat abandonó su esencia institucional que representa a todos los catalanes para convertirse sólo en el gobierno de los nacionalistas. La situación en toda Cataluña es de una gravedad extrema: la ocupación absoluta de la calle –que desde hace años la han convertido en un patrimonio exclusivo-; el acoso a la Policía Nacional y a la Guardia Civil, acorralándolos en la comisaría de Vía Layetana en Barcelona y en hoteles de Calella y Pineda de Mar; los escraches en las sedes de partidos; a los cargos públicos no nacionalistas y también a los periodistas. Las Fuerzas de Seguridad no deben abandonar Cataluña porque no se puede entrar en la lógica enloquecida del independentismo de considerarlas «fuerzas de ocupación». Cataluña no puede ser abandonada por el Estado. Insistimos en la necesidad de que el todavía presidente de la Generalitat haga un llamamiento a los ciudadanos que han tomado la calle y poder abrir de esta manera un mínimo margen para reconducir una situación en la que nos jugamos todo. Como dijo el Rey, la sociedad catalana no puede quedar fracturada. Estamos a tiempo.
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