Benedicto XVI
Los 90 años de Benedicto XVI: «¿Qué está pasando en España?»
El Papa emérito recibe a LA RAZÓN en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano días antes de cumplir años. Durante uno de sus paseos mostró interés por la situación política de nuestro país.
El Papa emérito recibe a LA RAZÓN en el monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano días antes de cumplir años. Durante uno de sus paseos mostró interés por la situación política de nuestro país.
Se deja ver en raras ocasiones. Con las palabras «el Señor me llama a dedicarme todavía más a la oración, pero no abandono la Iglesia», expuso con humildad y determinación cuál sería su misión a partir de aquel febrero de 2013.
Benedicto XVI es un remanso de paz. Escucha, mira a los ojos de su interlocutor, sonríe, ríe y habla poco, pero sus palabras son certeras. A pesar de sus 90 años, conserva casi intactas todas sus facultades. Es verdad que camina mal y se le ve en cierta manera débil, pero su cabeza funciona a la perfección. «¿Qué resonancias traes de España?». Su pregunta, lanzada así, sin anestesia después de saludarle hace unos días, lo demuestra.
Viernes 31 de marzo. Cinco compañeros de la oficina de Roma de EWTN, el Grupo ACI y yo mismo acudimos a un encuentro con el Papa alemán. ¿El motivo de la visita a Joseph Ratzinger? El primer aniversario de la muerte de la fundadora de la televisión católica con más presencia en el mundo EWTN, la Madre Angélica.
La cita estaba fijada a las 16:00 horas. Un día precioso, primaveral, con los alrededores del Vaticano plagados de turistas que visitan la Ciudad Eterna y de grupos de escolares.
Benedicto XVI vive en el interior de los muros vaticanos, en el monasterio Mater Ecclesiae, rodeado por los imponentes jardines, a los que acude cada día para dar un paseo ayudado de su andador y rezar a continuación. Éste era uno de los lugares preferidos también de Juan Pablo II, quien rezaba mientras paseaba contemplando la belleza de la naturaleza.
El Papa emérito reza el rosario cuando los curiosos turistas ya han abandonado los jardines, sobre las 14:30 horas.
Nos habían citado en la Puerta de Santa Ana, uno de los accesos al Vaticano que está situada muy cerca de la plaza de San Pedro. Como de costumbre, un guardia suizo nos pregunta el motivo por el que estamos allí. Una vez se lo explicamos y tras esperar unos minutos, aparece una persona de seguridad que nos acompaña hasta un coche.
Tras unos minutos por el interior del Vaticano –un privilegio al que no muchos tienen acceso–, el vehículo nos deja junto a un pequeño papamóvil, una especie de coche de golf, de color blanco. A unos metros, el Papa emérito rezaba el rosario junto a su secretario personal y Prefecto de la Casa Pontificia, monseñor Georg Gänswein, tal y como hace cada tarde, sentado en un banco. Y en ocasiones como ésta, al terminar, recibe a alguna persona, a quien saluda durante unos minutos. Ese fue nuestro caso.
Mientras esperábamos –unos minutos que se hicieron interminables– fuimos testigos de como Mons. Gänswein le hablaba y Benedicto, que se protegía del intenso sol con una gorra blanca, levantaba la mirada mientras conversaban tranquilamente.
Por fin, tras unos momentos de espera, el secretario comenzó a hacernos señas para que nos acercásemos. Avanzamos hasta donde se encontraban y rápidamente Benedicto se levantó, se quitó la gorra y una sonrisa se dibujó en su rostro.
Mons. Gänswein hizo las presentaciones generales al tiempo que el Papa emérito nos observaba a cada uno atentamente. El primero en acercarse a él fue el jefe de la oficina, Alan Holdren, quien explicó al Pontífice la labor que realizamos desde Roma. «Santidad, traemos algunas cartas para usted», le dijo Alan. De las cinco misivas, dos eran mías –una de mi padre y otra mía– y las demás de una compañera y del resto de miembros de la oficina. Miró con atención los sobres y con gran humildad afirmó: «Creo que no me va a ser posible responder a todas, pero mi secretario me leerá cada una».
A continuación, le saludamos uno a uno. El primero fui yo. Me presenté como corresponsal de ACI Prensa/EWTN y de LA RAZÓN. Enseguida me tendió la mano y apenas unos segundos después me estrechó ambas con afecto. «Santidad, me llamo Álvaro, tengo 33 años y soy de Madrid. Estoy en Roma desde hace dos años, así que digamos que he dejado ‘‘la Madre Patria’’ para trabajar en estos medios desde aquí». Benedicto XVI sonrió y exclamó: «¡Madrid!». «Hablo ‘‘itañolo’’», le dije riéndome al mismo tiempo, a lo que Mons. Gänswein y Benedicto XVI respondieron también con una sonrisa. El Papa continuaba mirándome fijamente a los ojos, como si tuviera miedo de perderse algún detalle. Escuchaba mis palabras, sin soltar mis manos. «¿Qué ecos tiene sobre la situación de España?», me preguntó. Una cuestión que me sorprendió y me dejó en blanco durante algunos segundos. «Bueno, ahora hay una situación un poco particular... la cuestión política está un poco revuelta», le respondí casi por inercia. «Eso no es raro, siempre ha sido un poco así en España», respondió rápidamente el secretario de Benedicto. «Sí, es verdad, pero ahora más que nunca. Santidad, tiene que rezar por nuestro país», dije dirigiéndome de nuevo al Papa emérito. Tras algunos segundos pensativo, respondió: «Voy a rezar por España».
Por último, antes de despedirme le pedí que rezara por mi familia y por mí: «Voy a rezar, le aseguro mis oraciones», dijo rápidamente.
A continuación, el anciano entrañable de 90 años saludó a mis compañeros. A cada uno le dedicó unos minutos, escuchando lo que le decían y haciéndoles también pequeñas preguntas.
«Dentro de unos días será su cumpleaños, y aunque algunos piensan que no está bien felicitar antes de tiempo, nosotros queremos aprovechar y desearle un buen 90 cumpleaños», le dijo Manu, uno de los compañeros. «Pero también le deseamos una buena Pascua, que quedan pocos días», dije yo después. Benedicto respondió con una sonrisa: «También yo les deseo que tengan un buena Pascua, muchas gracias por sus buenos deseos».
La visita llegaba a su fin y comenzamos el camino de regreso, al tiempo que observábamos como su secretario lo ayudaba subir al pequeño papamóvil. Ya en el vehículo el coche disminuyó la velocidad y nos saludó de nuevo con la mano durante unos instantes.
Y ahora ya sí, mientras el Papa emérito –aquél que renunció para dar paso a Francisco, el Pontífice al que los cardenales fueron a buscar «al fin del mundo»– se alejaba y regresaba al monasterio, los seis privilegiados que estuvimos con él emprendimos la vuelta hacia esa caótica ciudad que es Roma, pero conscientes de esta aventura verdaderamente inolvidable.
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