Barcelona
Adolfo Sánchez: «La tartamudez es miedo, suicidio social y sufrimiento»
El presidente de la Fundación Española de la tartamudez dice que la película «El discurso del rey» es una buena representación de la disfemia.
–Para situarnos, ¿qué es la tartamudez?
–La definición técnica dice que es un problema del habla –no del lenguaje–. Éste consiste en repeticiones de sílabas y palabras y, sobre todo, bloqueos. El lenguaje lo dominamos, lo que no dominamos es la producción de palabras y cabe decir que la gente que tartamudea tiene unos coeficientes de inteligencia fuera de serie. Tanto es así que del primer tartamudo del que se tiene conocimiento es Moisés, ni Dios pudo con la tartamudez –ríe–. Entre otros ejemplos están: Einstein, Gandhi, Marilyn Monroe... Pero me preguntaba qué es la tartamudez. Es sufrimiento continuo, miedo, suicidio social y, en algunos casos, suicidio físico. La tartamudez no es una discapacidad, ni una enfermedad, pero sí puede llegar a ser discapacitante.
–¿Cualquier persona puede sufrir este problema del habla?
–Sí, siempre y cuando en sus genes haya un antepasado, hasta la quinta generación, porque no se produce porque tengas un accidente o te den un susto, la tartamudez es hereditaria. Yo, por ejemplo, tengo cuatro hijos y el cuarto tartamudea. Lo que sí que es importante destacar es que personas que sufren una tartamudez leve, según la presión social que tengan, pueden pasar a tener una tartamudez severa y convertirse ésta en una mochila que cargas de miedos, baja autoestima, de creer que no vales para nada y que jamás vas a ser capaz de hacer algo. Y eso no es verdad, porque estamos capacitados para hacer de todo. «Querer es poder», aunque en nuestro caso poder es aceptación. Con la aceptación viene el 50% de la tartamudez. Hay que hablar sin pensar –sin pensar que vas a tartamudear–.
–¿La tartamudez se puede revertir o eliminar?
–En muchos casos, no revertir o curar en sí, pero sí disminuir en un porcentaje altísimo. Con tratamientos se puede eliminar una tartamudez en un 80% y tenemos casos en los que se ha curado en un 100%. Además, en los niños es más fácil corregirla. Es muy importante la concenciación, por ello este año se ha desarrollado una campaña por el Día Internacional de la Tartamudez, dirigida a niños, maestros, pediatras, psicólogos y familias; porque el peor enemigo de la tartamudez es el desconocimiento que la sociedad y los profesionales llamados a ayudarnos tienen respecto a ésta.
–¿Por qué si la disfemia se detecta desde tan temprana edad se puede corregir?
–Hay tantos tipos de tartamudez como personas hay en el mundo, pero es evidente que si al niño se le detecta y se interviene a tiempo vamos a tener la posibilidad de corregirla. Con esa edad podremos mandar al niño al logopeda a que le enseñe técnicas del lenguaje y de habla, y vamos a tener la posibilidad de que los padres en el psicólogo aprendan a interactuar con su hijo. Lo relevante es que cuando los padres van al pediatra con su hijo y les dicen que el niño tiene repeticiones, les dirán también que es una tartamudez fisiológica, que se le va a ir y que se esperen a los seis o siete años a ver qué pasa. Pero los padres nunca jamás deben esperarse, porque si finalmente no es una tartamudez fisiológica y esperan, el niño será tartamudo siempre. Sin embargo, si intervenimos entre los tres y los cinco años lo evitaremos. Por todo ello, hemos exportado un método que se llama «Lincombe»; es un juego en el que participa la escuela, la familia y el niño que tartamudea, de manera que se corrige al niño, enseñándole a hablar, pero sin que perciba que se trata de un tratamiento o terapia.
–En España ¿ser tartamudo es una lacra? ¿Cierra puertas?
–Totalmente. Por un lado hay acoso escolar a los niños con tartamudez –la cual afecta a una mujer por cada cuatro hombres– y una marginación social y laboral tremendas. De hecho, hasta 2005, la tartamudez era causa de exclusión para el empleo público. El primer marginador era el propio Estado. Nosotros denunciamos en Estrasburgo al Gobierno de España y a los pocos días nos recibieron en La Moncloa. Al día siguiente, se llevó al Consejo de Ministros. Y se publicó un día más tarde en el BOE, la anulación de la tartamudez como causa de exclusión en el empleo público.
–¿Cuándo dice «la persona que tartamudea» es porque no se reconocen o no les gusta la palabra «tartamudo»?
–La sociedad ha usado despectivamente esta palabra. Y además, antes de tartamudos, somos personas, personas que tartamudeamos.
–¿Usted cree que el trato que se le da es por desconocimiento, falta de información de la sociedad o bien se trata de maldad?
–Yo creo que no hay maldad, hay desconocimiento, porque hay veces que la gente no sabe que en vez de ayudar me pone en problemas cuando me acaba las frases debido a que sufro un bloqueo. Nadie cae en la cuenta que lo que queremos los tartamudos es que se nos escuche. Y frecuentemente, la gente cree que hablamos así porque estamos nerviosos o en tensión, o porque no nos esforzamos en hablar bien.
–El lema de la campaña es «Sólo necesito un poco de tiempo». ¿Es realmente cuestión de tiempo?
–Sí. No se fije en cómo lo digo, fíjese en lo que digo. Yo voy a tardar unos segundos más que usted en hacerlo, pero paciencia y fíase si lo que digo es inteligente o coherente. Dame tiempo y escúchame.
–Entonces, a titulo individual, ¿qué podemos hacer para mejorar la situación de las personas con tartamudez?
–Respetarme, respetar mi peculiaridad. Tartamudear es una peculiaridad, como el tener los ojos azules o ser calvo, o ser alto o bajo.
–¿Por qué la peculiaridad de la tartamudez está tan mal vista o aceptada?
–Porque hemos sido el hazmerreír durante años. Hasta hemos firmado un convenio con las televisiónes para que no se vuelva a repetir.
–Y a nivel institucional, ¿qué hay que hacer?
–Al Ministerio le pediría que se pusiera las pilas y sea consciente de que en más de medio millón de hogares españoles una persona tartamudea. Estamos en una situación de marginación sanitaria.
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