Investigación científica
Antibióticos en crisis
►Las bacterias van más rápido que la industria farmacéutica: cada vez ofrecen mayor resistencia a unos medicamentos que, además, ya no resultan rentables. ► La escasez mundial de fármacos contra las infecciones empieza a alarmar a los expertos
Según informes de la Agencia Europea del Medicamento, en el viejo continente mueren al año cerca de 25.000 personas por culpa de alguna bacteria multirresistente, de algún microorganismo bacteriano que no responde a los antibióticos conocidos.
Según informes de la Agencia Europea del Medicamento, en el viejo continente mueren al año cerca de 25.000 personas por culpa de alguna bacteria multirresistente, de algún microorganismo bacteriano que no responde a los antibióticos conocidos. En Estados Unidos hay estudios que aseguran que simplemente la infección por Staphylococcus aereus multirresistente (MRSA) mata a más personas que el enfisema, el sida, el párkinson y la violencia juntos.
Se mire por donde se mire, existe una distancia demasiado grande entre el avance de los nuevas bacterias cada vez más inmunes a los fármacos y el desarrollo de nuevos antibióticos más potentes. Parece que la naturaleza lleva la ventaja en esta batalla: las bacterias van más deprisa produciendo resistencias que la industria farmacéutica produciendo medicamentos.
Lo cierto es que cada vez se producen menos antibióticos de nueva generación. Pero el problema no queda ahí. Para colmo de males, los antibióticos antiguos, los de toda la vida, las viejas prescripciones que eran eficaces contra bacterias específicas, empiezan a escasear. El arsenal terapéutico contra la infección bacteriana es cada vez más reducido, lo que es lo mismo que decir que nuestro ejército se está quedando sin balas justo en el momento en el que el enemigo ha planeado su ataque definitivo. ¿A qué nos estamos enfrentando? ¿Hay alguna forma de salir de este círculo vicioso?
Esta semana, un grupo internacional de científicos ha dado a conocer la última de las señales de alarma. Se trata de un grupo de microbiólogos que ha analizado el estado actual de las reservas de antibióticos en el mundo. Su estudio es esclarecedor: los episodios de escasez de medicamentos contra las bacterias son cada vez más habituales, y lo son en todo el mundo. Sobre todo cuando se habla de antibióticos esenciales, los antiguamente utilizados y que aún son útiles.
En demasiadas ocasiones, esta escasez de recursos está condicionando las decisiones de los médicos, según denuncian en un artículo publicado el pasado domingo en el «Journal of Clinical Microbiology and Infection».
Por ejemplo, una infección bacteriana de garganta podría requerir como primera opción un tratamiento con penicilina. Pero cada vez más a menudo se prescribe en su lugar amoxicilina. Las cistitis o infecciones urinarias deben ser tratadas idealmente con nitrofurantoina o fosfomicina; ahora se utilizan como alternativa las flouroquinolonas. En los casos de infecciones de piel leves, donde antes se administraba penicilina, hoy cunden las cefalosporinas.
¿Son todos estos medicamentos alternativos peores? No necesariamente, aunque en algunos casos, sí. Ciertos antibióticos de vieja generación han mostrado su eficacia para enfermedades muy concretas e, incluso, algunos pueden tratar un espectro amplio de infecciones resistentes. El problema no es la falta de seguridad o eficiencia: el drama reside en la incapacidad de los médicos para elegir libremente. En demasiadas ocasiones la elección no es la óptima, simplemente es la más disponible. Y la disponibilidad cada día es más crítica.
Trabajos de campo realizados por la Sociedad Europea de Microbiología Clínica y Enfermedades Infeccionas desde 2011 demuestran que 22 de los 33 tipos de antibióticos de vieja generación existentes son difíciles ya de encontrar. De 38 países examinados (incluyendo además de Europa, Australia, Canadá y Estados Unidos, entre otros) en 18 de ellos ya no se vende ninguna unidad de algunos de esos fármacos, directamente han desaparecido del mercado. Y la salida del mercado no es una consecuencia de ninguna decisión científica: simplemente han dejado de ser rentables.
Cuando estos antibióticos de espectro reducido no están disponibles, los facultativos se ven obligados a buscar otros de más amplio espectro y, por lo tanto, en algunos casos, menos eficaces.
La última revisión de estos trabajos de campo se llevó a cabo en 2015. Los datos seguían siendo preocupantes: desde 2011, el número de antibióticos disponibles creció en 13 países y disminuyó en 17. El problema de los «anibióticos olvidados» parece empeorar.
El problema es que la mayor parte de los medicamentos contra infecciones bacterianas que fueron útiles en el pasado han visto caducar sus patentes. Ahora se distribuyen como genéricos y no son un producto atractivo para las empresas comercializadoras. El 86% de los preparados que escasean en las vitrinas de las farmacias son precisamente genéricos.
El problema es especialmente peliagudo en pediatría. Los niños necesitan medicamentos específicos, formulaciones con menor carga de antibiótico o preparaciones de más fácil dispensación (jarabes, por ejemplo). Estas tipologías de medicamentos son todavía más escasas.
Según una de las investigadoras principales del último estudio sobre escasez de medicamentos, la doctora Céline Pulcini, de la Universidad de Lorena, «no está clara la incidencia de estos recortes de suministro en la salud general de la población. Pero ya estamos recibiendo informes de tratamientos que no han sido suficientemente eficaces o han resultado tener más efectos secundarios por no disponer de la primera opción recomendada por el médico».
Una encuesta entre 600 médicos de Estados Unidos en 2011 desveló que el 78% de los facultativos había tenido que variar su primera prescripción al no encontrarse disponible en las farmacias.
Pulcini lo tiene claro: «Carece de sentido invertir toneladas de esfuerzos en la investigación de nuevos antibióticos si no le estamos sacando partido a los que ya tenemos sencillamente porque no nos los ponen en el mercado».
¿Existe alguna solución? No parece sencillo. Algunos expertos ya han aventurado que la Organización Mundial de la Salud (OMS) debería vigilar la producción de antibióticos y garantizar que se hace con criterios exclusivamente de interés médico global. Otros proponen que se generen incentivos económicos para que las compañías se presten a seguir produciendo las preparaciones que ahora escasean. Pero el intervencionismo en temas de salud es un arma de doble filo. Y si la OMS está por medio... aún más.
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