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El plan español para desviar asteroides: buscar su punto débil
Científicos del CSIC demuestran que es posible localizar las zonas más frágiles y que deberían ser el objetivo de un proyectil que se lanzara desde nuestro planeta con vistas a evitar una catástrofe.
Científicos del CSIC demuestran que es posible localizar las zonas más frágiles y que deberían ser el objetivo de un proyectil que se lanzara desde nuestro planeta con vistas a evitar una catástrofe.
¿Podemos desviar un asteroide que amenace la integridad de nuestro planeta? Sí. ¿Habrá dinero para financiarlo? Aquí ya surgen dudas. En todo caso, la comunidad científica continúa empleándose a fondo para hacer frente a uno de los grandes peligros que se ciernen desde el cosmos. Los últimos en hacerlo, los expertos en Ciencia del Espacio del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en un estudio publicado en «The Astrophysical Journal» y presentado ayer. ¿Su conclusión? Los asteroides tienen puntos débiles. Y podemos localizarlos.
Para alcanzar sus conclusiones, los científicos han partido del asteroide de Cheliábinsk, de unos 18 metros de diámetro, que cayó en la localidad rusa homónima causando centenares de heridos y daños materiales. «Hemos estudiado su composición y hemos comprobado que es representativo de un material conocido como condrita ordinaria, que está presente en el 70% de los meteoritos que caen a la Tierra», explica a LA RAZÓN Josep María Trigo, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio del CSIC. «Hemos descubierto que hay diferentes tipos de roca dentro de un asteroide: algunas llegan a nuestro planeta después de haber sufrido más choques, y otras menos», añade. Sabiendo eso, lo que deberíamos hacer es apuntar bien desde la Tierra. El objetivo es que el proyectil que lancemos cause un cráter, un boquete dentro de este cuerpo celeste. «Para que consigamos una mayor eficacia en el impacto, debemos apuntar el proyectil a zonas que no hayan sufrido estos choques: son menos resistentes, más frágiles», explica el experto. «La cantidad de material extraido del cráter será mayor. Y el desvío del asteroide depende del material que se desprenda, pues irá en sentido opuesto al movimiento del proyectil».
Porque estamos hablando de desviar el asteroide, no de destruirlo. «Destruirlo, como han retratado en algunas películas de Hollywood, sería fatal. Se dividiría en cientos de ellos y se incrementarían los impactos», afirma Trigo.
Ahora bien, como apunta el experto, este método sólo es posible hacerlo in situ, indagando en el asteroide que nos tuviera en su punto de mira. En este caso, los científicos han tenido la suerte de que el asteroide de Cheliábinsk proporcionó un torrente de información sobre estos cuerpos rocosos. Y no sólo por tener acceso de primera mano a su composición. «Tuvimos la suerte de que cayó en Rusia, un país en el que muchos coches circulan con cámara de vídeo y pudieron grabar su caída. Obtuvimos una enorme cantidad de datos sobre su trayectoria y su explosión», afirma Carles Moyano, investigador del Instituto de Ciencias del Espacio del CSIC y primer firmante del estudio.
De ahí la importancia de enviar una misión a un asteroide para poder calibrar si seríamos capaces de desviarlo. Actualmente hay una en preparación: AIDA, elaborada de forma conjunta por la NASA y por la Agencia Espacial Europea (ESA). ¿Su objetivo? Lanzar un proyectil bautizado como DART (Double Asteroid Redirection Test), de 600 kilos, y que debería chocar a una velocidad de seis kilómetros por segundo contra el asteroide Didymos, de unos 800 metros de diámetro, con el fin de desviarlo de su trayectoria. El problema está en la parte europea, que constaría de la sonda AIM (Asteroid Impact Mission) y su satélite: el pasado mes de diciembre, los principales países europeos no respaldaron el proyecto, de unos 250 millones de euros. Precisamente, el CSIC participa en esta misión. «Sin una misión así, no existen teles-copios en la Tierra que puedan ver las características superficiales del asteroide. Sí puedes conocer su trayectoria, su rotación... pero no su composición minerológica ni su estructura interna. Habría que ir a ciegas», dice Trigo. A día de hoy, la ESA no descarta recurrir al «crowdfunding» con vistas a obtener los fondos necesarios.
¿Pero podría ocurrir? ¿Podríamos enfrentarnos a una amenaza de proporciones bíblicas? Como recuerdan en el CSIC, la probabilidad es pequeña. «Pueden caer tres o cuatro cada cien años, pero si no estamos preparados, podríamos hablar del fin de la humanidad. Parece un peligro lejano, pero podría ser muy grave», sentencia Moyano.
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