Drogas

Cuatro días sin salir de casa enganchado al porno on-line

Gregorio pasó por clínicas, psicólogos, centros... llegó a estar meses internado. Al final, salió adelante gracias al método de los 12 pasos
Gregorio pasó por clínicas, psicólogos, centros... llegó a estar meses internado. Al final, salió adelante gracias al método de los 12 pasoslarazon

Gregorio no puede concretar el momento en que tocó fondo. Quizá fue al perder varios trabajos en los que no duraba más de cuatro meses. Recuperado tras años de esfuerzo, comparte hoy una espiral que casi acaba con él.

No busquen en su historial problemas familiares ni traumas que sirvieran de detonante. Su historia tiene forma de espiral, la misma que la adicción. Su relato obliga a otorgarle una identidad: Gregorio, 41 años, y procedente del norte. No hace falta más. Pocos adictos al sexo, que han perdido bastante más cosas que su dinero, su trabajo o sus amigos, quieren contar su experiencia, ni siquiera bajo la seguridad de un estricto anonimato. ¿El estigma de sufrir una enfermedad de la que la sociedad se mofa? Por supuesto. Pero también por el hecho de rememorar todo lo que se han dejado en el camino. Quizá Gregorio accede a hablar porque hoy puede ir con la cabeza bien alta y decir que está «limpio». Y, sobre todo, con su vida rehecha. Sí, con mucho trabajo y la ayuda adecuada, es posible salir del túnel. Como ocurre en cualquier otra adicción. Lo que está claro es que, en plena era de internet, con la pornografía a sólo un «click» de distancia, la recuperación es más difícil. Las redes atrapan, tanto para caer en ellas como a la hora de salir. Y España está afectada de lleno. Es el segundo país a nivel mundial en tráfico de pornografía: un 9,58% de las páginas visitadas son de sexo.

De eso da fe el libro «La pornografía online. Una nueva adicción» (VozDePapel), escrito por Óscar Tukumura, y que saldrá próximamente a la venta. ¿La tesis? Las millones de páginas pornográficas –146 en 2006–, y que según algunos estudios podrían constituir el 30% de todo el tráfico de internet, provocan que estemos ante una «nueva droga» a la que es tremendamente fácil acceder: muy accesible desde que surgieron los vídeos online, gratuita o muy barata y, sobre todo, anónima. Una industria que sigue imparable, con un volumen de negocio superior a los 100.000 millones de dólares anuales –88.100 millones de euros– y provocando el cierre de publicaciones emblemáticas como «Playboy». Lo más preocupante, según el autor, es la levedad con la que la sociedad aborda el tema. Al fin y al cabo, ¿hace 50 años no ocurría lo mismo con el tabaco y hoy se considera prácticamente letal? El autor sostiene que el «ciclo adictivo» es similar al de cualquier sustancia: trance previo al consumo, un ritual, conducta compulsiva, la «sedación» que siente el adicto...

Todos los adolescentes tienen una etapa de «ebullición hormonal». En el caso de Gregorio, fue a los 14 años. Pero era algo más que la libido. «Ya tenía unas tendencias sexuales que no estaban en la media de los chicos de mi edad. Mis compañeros se reían de que estuviera tan ‘‘salido’’. Y eso me molestaba muchísimo». Las dependencias no vienen solas, y el abuso de alcohol y cocaína potenció su hipersexualidad: su adicción al sexo. «Tenían que ser drogas y sexo juntos. Una cosa sin la otra no tenía sentido. Empecé a tener todo tipo de relaciones, a través de páginas de contactos, etc», explica.

Finales de los noventa: el uso de internet comienza a popularizarse en los hogares españoles. A Gregorio, ya un veinteañero, le abrió un nuevo horizonte, a la vez que le cerró muchos otros. «Agravó muchísimo mi dependencia. No salía de mi cuarto. Podía llegar a estar todo el día masturbándome a través de la webcam, delante de otras personas, interactuar con chicas que se desnudaban... Luego podía quedar con ellas para tener sexo, pero no tenía por qué salir; podía hacerlo todo desde casa», afirma. Todo ello con el alcohol y las sustancias como compañeras inseparables. No puede concretar la cantidad de dinero que se llegó a dejar –«miles de euros; hay muchas páginas que cuestan dinero»–. Y tampoco el número de trabajos que perdió. Trabajaba como comercial. «Alguna vez tenía despacho propio, cerraba la puerta... Me llegaba a masturbar. No salía ni a comer». Nunca le descubrieron, pero apenas tardaba cuatro o cinco meses en ser despedido. «Cuando estás de lleno en una adicción, crees que no lo sabe nadie. Pero sí lo saben». No en vano, y como apunta «La pornografía online», el 70% de la navegación en estas webs se realiza entre las 9:00 y las 17:00 horas, en pleno horario de oficina.

La hipersexualidad ha ido en aumento en nuestro país. Y la facilidad de acceso a la pornografía vía el ciberespacio tiene parte de responsabilidad. Como explica Carlos Chiclana, profesor de Psicología de la Universidad CEU San Pablo, «si consideramos la hipersexualidad primaria», es decir, «una conducta sexual intensa y extensa» por la cual «el paciente se siente esclavo», el 2% de población adicta al sexo sería una «cifra ajustada». Pero si contamos a aquellos que presentan esta conducta a raíz de otra patología, «el porcentaje puede aumentar entre un 10% y un 12%».

Gregorio no tenía pareja estable y, si había algún conato, duraba muy poco. «Ninguna mujer lista podía estar entonces con alguien como yo... Cualquier adicción te perjudica a todos los niveles. Te apartas de todo el mundo». ¿Y su familia? ¿Sus padres? «Veían que era un enfermo. Pero no sabían lo del sexo. Sabían que estaba encerrado en la habitación y creían que era por las drogas, cuando en realidad estaba con un ordenador», recuerda.

Si se le pregunta un momento en el que considera que tocó fondo, es muy difícil precisar. Quizá fue ver «mi pene lleno de heridas, en carne viva, sin sentir ya ni siquiera dolor, y seguir masturbándome». Quizá cuando llevaba «tres o cuatro días encerrado en mi casa, drogándome y teniendo sexo». O también cuando «me dejaba un dineral en mujeres que te iban sacando el dinero». O porque, simplemente, «al día siguiente, volvía otra vez a hacerlo».

¿Puede esta adicción dañar al cerebro? En «La pornografía online» se detallan algunos estudios que arrojan algunas conclusiones a tener en cuenta. En 2014, el Instituto Max Planck realizó un experimento: expuso a un grupo de personas no adictas a más de 4 horas semanales de visionado. Todos ellos experimentaron un cambio en su masa cerebral: la zona que se activa con la dopamina –neurotransmisor que surge con sensaciones placenteras– se vio reducida en su tamaño. Ese mismo año, la Universidad de Cambridge realizó una prueba similar: en el caso de los adictos que veían pornografía, su actividad cerebral era similar a la que experimentan los adictos al juego o a las drogas.

Con su cerebro dañado o no, Gregrorio necesitó ayuda. «Sabía que todo eso me llevaría a la ruina», afirma. Y al principio no recibió la adecuada. Estuvo meses internado. «Pasé por todo: psicólogos, psiquiatras, clínicas... Muchísimos centros y profesionales. Pero no tenían ni idea. Estuve muchísimos años tratándome». No desechó la ayuda psicológica, pero quien realmente le sirvió de soporte fueron grupos como Adictos Sexuales Anónimos, un grupo que sigue el programa de los 12 pasos, similar al que siguen en las reuniones de Alcohólicos Anónimos. «Aprendes a saber manejar tu vida interior, tus pensamientos y sentimientos. A dedicarte a ti, como persona, antes de dar un paso en falso». Marcar pequeñas metas, evitar situaciones «de riesgo»... Fueron compañeros de este grupo los que le acompañaron en las primeras ocasiones que tenía que usar un ordenador para mandar un simple mail. La tentación seguía estando muy presente. «Puedo estar delante de un ordenador y no meterme en ninguna página porno. Pero para eso necesité muchísima ayuda. Antes de dar un paso en falso, les consultaba». Aquello fue hace unos cuatro años. Desde entonces, ya no está solo. Y, lo más importante: Gregorio se conoce mejor a sí mismo.