Educación
El drama de la dislexia: «Es tan duro que tu hija piense que es más tonta que los demás»
Ana lleva catorce años luchando para que sus hijas, que tienen dificultades de aprendizaje, tengan las mismas oportunidades que el resto de niños. Reconoce que ha llorado, mucho, pero que lo que más le ha dolido es que Claudia no tuviese tiempo para jugar, algo que deben hacer todos los niños
Decir que Ana es una madre coraje es quedarse corta. Reconoce que ha llorado, mucho, pero que lo que más le ha dolido es que Claudia no tuviese tiempo para jugar, algo que deben hacer todos los niños. Todo su esfuerzo se irá al traste por la desidia de la Administración.
«Es muy duro ver cómo tu hija te dice que es más tonta que los demás. Duele tanto. Tú sabes que no es cierto, pero su autoestima se va minando poco a poco». Decir que Ana es una madre coraje, luchadora... es quedarse corta. Su duro peregrinaje comenzó hace 14 años. Por aquel entonces Claudia, su hija mayor, tenía tres años. Pero su lucha no parece tener fin. La desidia de la Administración la ha llevado a lanzar una iniciativa en Change.org para ayudar a su hija y a otros muchos niños que se encuentran en la misma situación.
Su historia es digna de ser contada. Claudia comenzó a tener problemas en Infantil, cuando los niños comienzan a leer. «Su tutora ya veía algo raro y nosotros también. Al leer con ella en casa nos dimos cuenta de que bailaba las letras», explica Ana. Pero lo achacaron a la falta de madurez y le restaron importancia. Y llegó Primaria. La pequeña seguía igual y en el colegio optaron por hacerle unas pruebas. El resultado fue contundente: Claudia tenía dislexia.
En el Hospital de Getafe lo confirmó y les mandaron a un logopeda para que hiciera rehabilitación. «Yo no sabía que era la dislexia. No tenía ni idea. Me mandaron al logopeda durante tres meses y pensé que ya estaba, que en tres meses mi niña lo tenía superado. Y no es así, porque la persona disléxica lo es para toda la vida», señala Ana.
Y aquí uno puede pensar... bueno, una vez diagnosticada se acaba el problema. Ni mucho menos. En ese momento es cuando todo empieza y cuando te ves obligado a ir sorteando obstáculos. Según explica Ana, cuando el orientador te dice que tu hija tiene un problema de aprendizaje te das cuenta de que empiezan tus problemas y lo que es peor, los de la niña. «No la podían sacar ni darle un apoyo fuera de clase como se lo daban a niños con necesidades educativas especiales porque la dislexia no afecta a la inteligencia», aclara. Es más, asegura que la propia Administración reconoce que tu hija tiene una dificultad de aprendizaje pero no tiene recursos para ayudarte. Y no sólo eso, pese a tener ese «handicap» los valora exactamente igual que al resto de niños.
«Veía su carita de agobio y me desesperaba»
En este punto, uno se da cuenta de lo perdidos que están cientos de familias que han tenido que pasar por este trance. En la mayoría de los casos, el avance de estos niños depende de si el profesor que les toca se implica o no. Si valora su esfuerzo o no. Sobra decir que a Claudia le tocó vivir ambas situaciones: «Cuando la profesora veía que llevaba muchas cosas sin hacer se las echaba en la mochila para que las hiciéramos en casa. Yo no sabía hacerlo. Lo intentaba de una forma y de otra pero nunca llegaba a enterarse. Veía su carita de agobio y me entraba tanta desesperación».
Por suerte, en su camino también se cruzó un «ángel», Pepe. Un profesor que se implicó, que se molestó en averiguar cómo ayudar a la niña, que valoró su esfuerzo y trabajó su autoestima. Sin embargo, no era suficiente. «Era inhumano porque una niña no podía ir al colegio hasta las cuatro de la tarde, merendar y estudiar hasta la hora de la cena. Y seguir hasta las doce de la noche. Era tan injusto. Porque los resultados no se correspondían con el esfuerzo. Claudia no lo entendía y pensaba que era más tonta que los demás y me lo decía cien mil veces».
El día a día de Ana era muy duro. «Era angustioso y agotador, siempre con miedo a que el profesor que le tocase ese año lo entendiera», explica. Pero su único objetivo era que su hija no se viniera abajo. Reconoce que ha llorado, mucho, pero que lo que más le ha dolido es que Claudia no tuviese tiempo para jugar, algo que deben hacer todos los niños. «Su vida era colegio, deberes y estudiar», insiste.
En todo este periplo Ana tuvo otra niña, Carmen, que también tiene dislexia. Su camino, ahora tiene 13 años, es distinto gracias a todo lo que han aprendido con Claudia. Y también gracias a la Fundación Aprender. En su afán por dar una vida mejor a estos niños consiguieron abrir en Madrid el colegio Brot, especializado en niños con dificultades de aprendizaje. Desde que Claudia está en él su vida ha mejorado mucho. «Aquí los niños son lo primero y son escuchados. Les enseñan de mil y unas formas y disfrutan. Y lo más importante, valoran su esfuerzo», comenta Ana feliz.
Nuevas trabas en el camino
Pero los obstáculos no dejan de aparecer. Claudia es más autónoma, responsable y su autoestima no es la que era. Ahora sabe que si quiere algo puede conseguirlo. Y entonces te topas con la Administración, la misma que reconoce que tiene dificultades de aprendizaje pero no hace nada por ayudarla. Claudia se quiere presentar a la EvAU (antigua selectividad) pero esta prueba no está adaptada a gente con problemas de aprendizaje. Tanto es así que en Madrid, lo único que hacen es darles 20 minutos más. No tienen en cuenta que a un disléxico le bailan las letras y comete faltas de ortografía sin ser consciente de ello, aunque el contenido se lo sepa a la perfección.
«Según donde vivas tienes unas cosas reconocidas y otras no. Deberían unificar criterios y que se diese las mismas oportunidades a todos los niños, para que tengan los mismos derechos», explica su madre. Es por esta razón que deciden crear una petición en Change.org. «Porque es injusto. Es muy triste que se preparen, se dejen la piel y luego no estén en igualdad de oportunidades», relata Ana indignada. Y es que, a su juicio, «al final siempre te chocas contra la misma pared. Tú le dices que luche, que trabaje duro, que ella vale y luego la Administración le roba esa oportunidad». No es justo, no.
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