Violencia de género
«La primera agresión la sufrí el día antes de la boda»
Macarena García lleva menos de un año siendo libre y sus ojos vuelven a brillar.. Tras 23 años de malos tratos físicos, psicológicos y sexuales, fue su hijo el que dio la cara por ella, el que dijo «¡basta!» y llamó a la Policía
Pilar y Antonio parecían una pareja como cualquier otra. O así lo creían sus familiares y vecinos. Pero cuando se cerraban las puertas de su casa, Antonio era otro. La insultaba, la denigraba e incluso la agredía físicamente. «Te doy mis ojos» es un filme de Icíar Bollaín que, ya en 2003, resultaba muy crudo y refleja la realidad tal y como es, tal y como la vivió durante 23 años Macarena, que hace algo más de un año por fin dio el paso y denunció. Hoy es otra mujer. Durante gran parte de su vida fue una persona triste, apagada, mustia y «con un sentimiento de culpa grandísimo. Era la tristeza personificada, ahora mis ojos brillan». Por eso quiere dar la cara, «que otras mujeres que estén en la misma situación sepan que se puede salir de esto».
Macarena, como muchas mujeres que llevan años soportando malos tratos, se casó muy joven. «Le conocí con 18 años. Fue mi primer novio, mi primer todo», recuerda. Desde el primer momento, él la controló. Vigilaba su forma de vestir, de relacionarse... Él era una persona agresiva, pero con ella no. «Y el día antes de la boda sufrí la primera agresión, me empezó a golpear la cabeza. No quería dejarme marcas». ¿Por qué? Debía ser uno de los momentos más felices de su vida. «Había escogido un color para la puerta de la cocina que a él no le gustaba. Él la quería blanca y la tiró abajo». En ese momento ella lo achacó a los nervios de la ceremonia y reconoce que «pequé de soberbia. Pensaba que podía conseguir que no volviese a hacerlo» y, al final, «cambias tú por él. Cedes a todo». En su entorno, en su familia, no se había dado ningún caso de malos tratos y ella no quería romper la buena relación, la alegría de su hermanos. No quería crear problemas. «Me convertí en mi propia enemiga». Tenía sentimientos encontrados, como le ocurre a la mayoría de mujeres que sufren en silencio. «Mi mente me decía vete, mientras mi corazón me llevaba a quedarme. Yo soy muy luchadora y pensé que conseguiría que funcionara». La vida de Macarena dejó de existir, ella era invisible. Él conseguía que lo fuera. «Eres una basura, un estorbo. Y si lo era, ¿por qué no me dejaba irme?», se pregunta esta superviviente que ahora ayuda a otras mujeres desde la Fundación Ana Bella. No había un solo motivo por el que él estallaba. Todo le molestaba. Si ella se confundía al darle una indicación en el coche ése era motivo de estallido. Cualquier cosa le hacía saltar. «Yo tenía la culpa hasta de la guerra de Irak».
Se casó muy joven y durante los primeros años, su ahora ex marido no pasaba mucho por casa. Estaba haciendo la mili y ella tenía algo más de libertad. Ella trabajaba en una tintorería. Tardó siete años en tener su primer hijo. Lo iba retrasando. Nació su primera hija y «creía que su llegada podía ayudarle a cambiar. Era mi esperanza, pero no fue así». Y un año más tarde llegó el segundo y, sin ella quererlo, pasaron a ser víctimas de esa misma violencia. «Me he arrepentido siempre de lo que han vivido». Y es que fue uno de su hijo pequeño, de 16 años, el que puso fin a las dos décadas de malos tratos físicos, psicológicos e, incluso, sexuales. Era un día cualquiera. Su marido la estaba humillando y la agarraba del cuello. Ella estaba de rodillas y «él se puso en medio». Habían estado presentes en muchas agresiones, pero esta vez él dijo «basta» y llamó a la Policía. Fue el 19 de enero de 2014. Macarena tiene esta fecha gravada a fuego, como si fuera el cumpleaños de un hijo más. «A él se lo llevaron detenido y al día siguiente, en el juicio rápido, me otorgaron la orden de alejamiento». Pero él podía seguir haciéndole daño. Seguía con el maltrato, pero esta vez económico. «Vació las cuentas y nos cortaron la conexión a internet y la luz». No quería que se olvidara de él, pero ella lo hizo, a pesar de perder su trabajo en la tintorería donde había estado trabajando durante veinte años.
Desde el primer momento se ha sentido arropada por su familia, aunque a ella le costó contárselo. Llevaba mucho tiempo callada y «aguantando el bofetón. Me daba mucha vergüenza ver en lo que me había convertido». Él siempre le había amenazado con agredir a su familia y eso le obligaba a esconder sus heridas. «Sé dónde vive tu familia y será tu culpa si le pasa algo a alguno de ellos», le decía.
Macarena acudió en varias ocasiones al hospital. Le rompió una muñeca, una costilla y fue con la cara morada en varias ocasiones. «Me he caído por las escaleras», le decía a los médicos que le atendían. Y nadie preguntaba. «La sociedad no se quiere meter en problemas, aún hay mucha cobardía».
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