Brote de ébola
Los héroes del ébola un año después
El equipo médico de La Paz-Carlos III que trató a Miguel Pajares cuenta a LA RAZÓN cómo se afrontó el contagio que encendió las alertas sanitarias europeas por una enfermedad que crecía sin control en África
El equipo médico de La Paz-Carlos III que trató a Miguel Pajares cuenta a LA RAZÓN cómo se afrontó el contagio que encendió las alertas sanitarias europeas por una enfermedad que crecía sin control en África
Tras dos semanas cuidando del director del hospital que los hermanos de San Juan de Dios tienen en Monrovia (Liberia), éste fallece y el misionero Miguel Pajares se empieza a encontrar mal. Espera los resultados del laboratorio que, un día como el de mañana, un 4 de agosto, pero de 2014, lo confirman: el virus Ébola circula por su sangre. Es el primer español que se contagia y, sólo tres días después, el 7 de agosto, llega a primera hora de la mañana a la base área de Torrejón de Ardoz en Madrid. El doctor Fernando de la Calle, del Hospital La Paz-Carlos III, lo recuerda perfectamente: «No me tocaba trabajar, estaba de vacaciones con mi familia en San Sebastián y recibí la llamada de urgencia. Fue el primer ébola que entró en Europa. Para un tropicalista es un gran reto, pero nos creó gran ilusión, siempre con respeto médico». Y es que los profesionales de este centro de referencia de enfermedades infecciosas, aparte de lo estudiado en la carrera, no habían abordado ningún caso similar. Mar Lago, Marta Arsuaga, Fernando de la Calle y José Ramón Arribas como facultativos, junto con un equipo de enfermeras, auxiliares, supervisores, equipo de limpieza y celadores del centro dieron un paso al frente para enfrentarse a un virus del que poco conocían y para el que no contaban con ningún tratamiento.
Allí arrancó una crisis que duró meses: la del ébola en nuestro país, al mismo tiempo que lo convertían en uno de los lugares de referencia para abordar futuros contagios, pero en la que también se cometieron fallos. «Entre casos en investigación y los tres confirmados han pasado más de una veintena», explica De la Calle. Y es que la normalidad ya se ha instalado en el Carlos III y «cada cierto tiempo aparece uno nuevo con síntomas que nos hace volver a poner en práctica los protocolos». De ahí que médicos de otros países hayan acudido al centro a lo largo del año y que los doctores también hayan viajado por el mundo dando conferencias. «Yo fui a Chile y Marta al Caribe para compartir nuestros conocimientos», explica el tropicalista. Es más, una delegación cubana también acudió al Carlos III para conocer cómo fueron esos dos meses y la intensa labor médica realizada.
«La madrugada del 6 de agosto aún no sabíamos dónde ingresaría Pajares, pero estábamos todos preparados», recuerda Marisol, del área de comunicación del hospital, cuyo papel de contención de los medios también fue clave durante esos meses. «Aquí había habitaciones de aislamiento, con esclusas, pero estaban más preparadas para ingresar casos de tuberculosis», resalta el tropicalista. «Eran las adecuadas, pero insisto en que nadie había tratado un caso de ébola hasta entonces» y en el mundo desarrollado se desconocían las necesidades que podían surgir. Era un nuevo peligro que, a pesar de no quererlo ver, estaba a la vuelta de la esquina. Y ésta es una de las lecciones sobre las que el doctor Arribas, jefe de la Unidad de Enfermedades Infecciosas de La Paz-Carlos III también reflexiona un año después: «No teníamos un aislamiento de alto nivel, de todas las crisis se aprende, pero sin duda lo que sí ha quedado claro es que lo que pasa en África nos afecta. Si no controlamos el foco, nos va a salpicar. Es un problema de salud y de seguridad». Por ello, Arribas insiste: «Debemos estar preparados para la próxima epidemia, listos para que nos llegue algún caso de coronavirus MERS».
Y la planta por la que pasaron Miguel Pajares, Manuel García Viejo y Teresa Romero, ahora está más preparada que nunca. De la Calle nos enseña las nuevas habitaciones de la sexta –aún no están terminadas y por eso no se pueden sacar fotos en ellas–, pero «son más que adecuadas», recalca Arribas. Lo primero que llama la atención es la esclusa, es como una habitación más y en el suelo se distinguen tres colores: rojo, naranja y verde. Indican el proceso de descontaminación. «A medida que te vas quitando el traje, vas pasando a una zona más segura», indica De la Calle. Todas tienen en la puerta los medidores de presión negativa y, al contrario de lo que había el año pasado, el ojo de pez desde el que les ven sus compañeros para ayudarles «con la coreografía» para quitarse el traje ya no existe, ahora es una gran puerta corrediza lo que les separa. Les pueden ver de cuerpo entero. De las dos más modernas, en una de ellas incluso han instalado una ducha para evitar aún más cualquier posible contagio –de la que existen pocas en las instalaciones de otros puntos del mundo–. «La llamamos la cámara de gas», bromea la que fuera subdirectora del hospital en aquel momento, Yolanda Fuente, y que sólo hace unas semanas que dejó las instalaciones del Carlos III para trasladarse a la Dirección General de Salud Pública de la Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Ella misma acompañó a responsables del Ministerio de Sanidad en la supervisión de los siete centros de referencia que el Consejo Interterritorial de Sanidad designó el pasado mes de enero, el mismo día que se modificó, de nuevo, el protocolo de actuación ante el ébola. «Además del Hospital Gómez Ulla de Madrid, también se han fijado centros en Canarias, Andalucía, Valencia, Cataluña y País Vasco».
Otra de las novedades de las nuevas instalaciones es la colocación estratégica del laboratorio, que conecta con las dos habitaciones a través de una pequeña esclusa. «Así evitamos cualquier riesgo», aunque en ningún momento lo hayan sufrido. Pero no sólo las instalaciones convierten al Carlos III en un centro de referencia a nivel mundial, el pasado mes de julio el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid (Bocam) publicó la convocatoria para seleccionar el personal que integrará la Unidad de Aislamiento de Alto Nivel (UAAN) y que, como explica uno de los supervisores –enfermeros formados en el entrenamiento para seguir el protocolo de puesta y retirada del EPI– está compuesto por 111 personas: seis médicos de medicina interna (especializados en tropicales), seis médicos de medicina intensiva, dos facultativos especialistas en análisis clínicos, ocho supervisoras de unidad, 40 enfermeras, 34 auxiliares de enfermería, cuatro técnicos de laboratorio, tres técnicos de rayos y ocho celadores). «Todos ellos han recibido cursos de formación en la Escuela Nacional de Sanidad, en el Instituto de Salud Carlos III y por parte del Ministerio de Defensa, además de más de mil sesiones internas», detalla Pedro Fernández. Junto a eso, como explica Fuentes, que participó en la selección, «se les ha hecho entrevista y se ha valorado sus habilidades para ver si pueden entrar en esta unidad». «El autocontrol y la seguridad son claves para poder formar parte de esta unidad», añade Fernández.
Sobre todo porque, como se apuntaba antes, los protocolos no han dejado de cambiar. «Ya hemos hecho más de ocho y ahora estamos trabajando en uno nuevo», afirma De la Calle. Y es que el trabajo diario les plantea nuevas dudas y retos: «¿Qué ocurre si a alguno de nosotros nos da un síncope dentro de la habitación o de la esclusa? ¿Y si llega un niño contagiado de ébola? No se trata igual a un menor que a un adulto, las dosis cambian». Éstos son sólo algunos de los retos que plantea Fernando de la Calle y en los que ya están trabajando. «La crisis en lugar de abrir una grieta, nos hizo fuertes», añade Fuentes. Y se nota. «¿Cuándo vamos a tomar una caña?», pregunta la enfermera al médico.
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