Familia
Más que padres
Las cifras señalan que los hombres se «sacrifican» menos en el ámbito familiar y anteponen sus trabajos. Con motivo del Día del Padre,
LA RAZÓN habla con tres progenitores que rompen con la estadística.
Las cifras señalan que los hombres se «sacrifican» menos en el ámbito familiar y anteponen sus trabajos. Con motivo del Día del Padre,
LA RAZÓN habla con tres progenitores que rompen con la estadística.
Francisco Gil /Padre de una niña con una enfermedad rara
«No podía dejar a mi niña abandonada en un hospital»
Teresa nació en Zaragoza hace 14 años con un fallo intestinal. Le tuvieron que cortar casi todo el intestino delgado. Los médicos le dijeron a Francisco que Teresa, la menor de sus dos hijas, no podría salir nunca del hospital, tendría que vivir enganchada a una máquina que le proporcionase nutrición por vía intravenosa y que podría morir en cualquier momento. «Fue entonces cuando supe verdaderamente lo que significa que se te rompa el corazón... andaba como un zombi por la calle, mi proyecto vital de familia había dado al traste», dice Francisco. «La casa de mi hija durante los 20 primeros meses de su vida fue el hospital, allí celebramos navidades, nochebuenas, cumpleaños...».
Francisco era delineante de la construcción. Se había especializado en rehabilitación de iglesias y edificios singulares. Le encantaba su trabajo, pero optó por reducirse la jornada para poder pasear a su niña todas las tardes en un parque cercano al centro hospitalario. Además, su suegra tampoco estaba bien de salud. Sufría microinfartos cerebrales y se encontraba senil. También su cuñada está a su cuidado y el de su mujer. Usa silla de ruedas por una enfermedad ósea degenerativa. Ahora tiene 60 años, pero al nacer sufrió un infarto neonatal y su edad mental corresponde a la de una niña de 4 o 5 años.
Además de este panorama familiar, Francisco veía que su hija no dejaba de sufrir infecciones en el hospital de Zaragoza y que su salud iba de mal en peor. Así que decidió cogerse una excedencia en el trabajo, hacer las maletas e irse a Madrid, al Hospital La Paz, donde se había enterado de que había una unidad intestinal en la que podía ingresarse con Teresa hija para aprender a suministrarla nutrición parenteral y poder llevarla a casa. Estuvieron ingresados dos meses y, por fin, a los 20 meses de vida, Teresa pudo pisar su casa por primera vez. Ocurrió el 10 de diciembre de 2002, una fecha que quedará para el recuerdo porque cambió la vida de toda su familia. Pero las revisiones médicas eran continuas y había posibilidad de que su hija entrara en la lista de trasplantes. Así que toda la familia se trasladó a Madrid, donde su mujer consiguió trabajo. «Yo llevaba a mis hijas al colegio, cuidaba a mi suegra y mi cuñada, hacía la compra, la comida... Pero el dinero no nos llegaba; así que me puse a trabajar en turno de noche en un colegio mayor. Llegaba a casa y hacía la compra antes de dormir; cuando me levantaba hacía la cena y la comida del día siguiente. Cuando le tocaban revisiones a Teresa no dormía, porque no tenía tiempo. Llevé esa vida hasta que me dio una taquicardia y me dieron de baja por ansiedad. Al final me echaron del trabajo porque no había manera de compaginarlo». A Teresa la sacaron de la lista de trasplantes y todos volvieron a Zaragoza. Ahora Francisco está en paro. Cuando quiso reincorporarse le dijeron que se le había pasado el plazo... «¿Que cómo he podido con todo? Cuando lo pienso detenidamente creo que he podido sobrellevar lo que me ha ocurrido porque he tenido una buena educación y el ejemplo de un padre excepcional. Él sí que es un ‘‘súper abuelo’’. No faltó ni un día al hospital a la hora de dormir a mi hija. Parecía que todos los domingos eran Papa Noel cuando venía a desayunar con nosotros churros y traía «chuches» a mi hija mayor y nueces y salmón a Teresa, que era lo que podía tomar. Mi mujer y yo nos hemos apoyado mucho. Ella lo ha pasado fatal. A veces pienso que mis hijas han tenido mucha suerte. Sé de más de tres familias que con la misma enfermedad de Teresa optaron por tirar la toalla antes de batallar y dejaron abandonados a sus hijos en los hospitales, pero yo siento que mi responsabilidad es sacar adelante a mi familia. En eso estamos y en eso seguiremos».
Juan Orellana/ Padre de acogida
«He descubierto una paternidad diferente»
Juan Orellana es uno de esos padres cuya historia suscita admiración, pues ha multiplicado por dos su familia numerosa –de tres hijos de 21, 18 y 11 años– al mantener en acogida temporal a tres niños de 5, 8 y 9 años desde hace apenas tres años. Fue entonces cuando, con otras dos familias, levantaron, en el barrio madrileño de San Blas, la Casa de la Almudena, donde viven con sus hijos biológicos y de acogida. En total, tres familias y 24 hijos de todas las edades. Lo hacen «juntos, pero no revueltos», afirma Orellana a LA RAZÓN, pues cada familia tiene su espacio, aunque comparten jardín y piscina. Además, el complejo cuenta con una casa para madres en dificultades, y un centro de día para niños del barrio con problemas.
Las tres familias acogen a niños tutelados por la Administración para que puedan vivir en familia hasta que sus padres biológicos puedan volverse a hacer cargo de ellos o se les haya encontrado un nuevo hogar. Es una experiencia pionera en España y que nace de una especial sensibilidad hacia la acogida y también, como Orellana afirma en su caso, de la fe.
Tiene claro que no es «un héroe» y, de hecho, reconoce que le sorprende verse involucrado en un proyecto de estas características. «Cuando me miro en el espejo y veo que hemos acogido a tres niños, flipo. Me gustan poco los cambios y mucho tener todo controlado y, por mi carácter, soy la antítesis de un padre acogedor. Pero no se nos pide ser héroes, sino uno mismo. De hecho, los niños no quieren que seas un padre perfecto, sino su padre», explica. Cuando hablamos de conciliación, de economía, de educación de los hijos... Orellana no hace distinción con lo que vive cualquier otra familia numerosa. Reconoce que acoger «es algo muy bueno para su familia» y, por eso, añade que convertirse en padres de acogida no debería generar miedo, aunque sí requiere un periodo de adaptación. «En mi caso, he descubierto una paternidad diferente», concluye.
Alberto Encinas Cuadrado / Padre de Olivia
«Me he recorrido Polonia y no he encontrado a mi hija»
Acaba de volver de Polonia, donde ha estado buscando a Olivia durante casi cinco meses. «He recorrido el país de norte a sur tratando de encontrar alguna pista sobre el paradero de mi hija», relata horas después de volver a España. «El día de Navidad, a -10º C, fue el que más ilusión tuve. Estuve observando la casa de los abuelos maternos y pensé que iba a verla. No fue así, los abuelos cenaron solos».
Ha pasado menos de un día desde que ha llegado a Palma y Alberto ya está pensando en volver a ir a buscar a su hija. «He vuelto para recuperarme económicamente y volver a Polonia a buscarla, no puedo esperar a que la justicia actúe».
Olivia es española, cuando tenía la custodia compartida, su mujer se la llevó. A pesar de haber denunciado a su mujer por el secuestro de su pequeña hace ya tres años, la Justicia española no ha puesto una orden de busca y captura sobre la madre. Y eso que la Fiscalía, que da la razón a Alberto, solicita tres años de cárcel para la progenitora.
Hoy Olivia está a punto de cumplir siete años. Y su padre no la ve «desde hace un año y medio». Ese día, la pequeña «no sólo me reconoció, sino que se me tiró a los brazos», relata emocionado Alberto, que cuando vivía con su entonces mujer y su hija, era él el que daba de comer cada día a Olivia.
«Puedo sufrir como padre la ausencia de mi hija, pero lo que no puedo digerir psicológicamente es lo que le puede estar pasando a mi hija». Según dice, Olivia no va al médico, tampoco va a clase. «Yo no me enfrento a la madre, sino a la ineficacia y lentitud judicial. Mi hija no es una bicicleta, es una niña, no se puede tardar tanto tiempo en poner una orden de búsqueda de mi pequeña». Es algo que denuncian todas las madres y padres a los que les han secuestrado a un hijo. En este caso se da otra peculiaridad: no es una familia contra otra. Los tíos y primos maternos de Olivia apoyan a Alberto. Y por las pistas que la familia ha recibido, quizá Olivia ni siquiera esté con su madre.
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