Ciencia y Tecnología
Convertirse en superhumano
Inyectarse una sustancia en los ojos para ver en la oscuridad o controlar el smartphone a través de chips subcutáneos acercan al hombre al cyborg
Inyectarse una sustancia en los ojos para ver en la oscuridad o controlar el smartphone a través de chips subcutáneos acercan al hombre al cyborg
En lo que respecta a invenciones, la tecnología a menudo se comporta como una de sus primeras creaciones: la rueda. Por eso todo vuelve. Miles de años atrás, los innovadores eran individuos que no estaban afiliados a ninguna universidad, gobierno o sindicato. Más tarde los señores feudales comenzaron a dar dinero y promocionar la inventiva. Luego llegaron las universidades, más tarde los gobiernos realizaron inversiones en ciencia y tecnología y también se incorporó la empresa privada. Hoy, la rueda ha dado un giro completo y son los individuos los que vuelven a innovar, sometiéndose a ser conejillos de Indias en muchos casos.
Actualmente, la meta más perseguida es la transhumanidad: el uso de tecnologías para elevar nuestras capacidades naturales. Y ejemplos en este sentido hay muchos y muy recientes. Gabriel Licina es uno de ellos. Este bioquímico es parte del grupo de «biohackers» Science for the Masses (Ciencia para todos) y se ha transformado a sí mismo en un ave nocturna. Lo que hizo Licina fue inyectarse en los ojos un análogo de la clorofila, la clorina e6, utilizada para tratar ceguera nocturna y hasta algunos tipos de tumores. Gracias a esta sustancia, el «biohacker» podía, en plena noche y a 50 metros de distancia, detectar a otras personas cuando nadie más podía. El efecto duraba varias horas y no tiene efectos secundarios permanentes que se sepan.
Pero Licina no está solo. Semanas atrás se celebró un congreso en Estados Unidos, Grindfest, en el que muchos otros transhumanistas comentaban y demostraban cómo habían incorporado la tecnología directamente en su anatomía. Algunos relataban su experiencia al colocarse pequeños imanes de neodimio con un baño de alguna sustancia biocompatible como el titanio que se utiliza en prótesis. Los imanes, del tamaño de un grano de arroz, se sitúan en la yema de los dedos y producen vibraciones cuando detectan ondas electromagnéticas. Según su relato, esto les permite sentir un microondas o redes Wi-Fi en las cercanías. Uno de los participantes del Grindfest, Rich Lee, se aprovechó de estos imanes para implantarse, de modo permanente, unos cascos. Los imanes se colocan en el tragus (la protuberancia interior de la oreja) y «hackeó» su smartphone para que envíe señales acústicas a un amplificador colocado en un collar alrededor de su cuello. El collar crea un campo electromagnético que produce vibraciones en los imanes y Lee puede escuchar música. Insatisfecho con ello, agregó un pequeño micrófono a todo el sistema, lo colocó en su cintura y ahora también puede oír cuando alguien se acerca por detrás. «Pude sentir una persona, corriendo hacia mí, mucho antes de verla», relata este «biohacker». Más ejemplos. Una persona muy conocida entre los transhumanistas es Zoltan Istvan. Filósofo de la Universidad de Columbia, escritor de «National Geographic» y candidato a las elecciones presidenciales de 2016 en Estados Unidos, tiene en su cuerpo un microchip RFID (Identificación por Radiofrecuencia). También del tamaño de un grano de arroz, estos microchips pueden guardar una pequeña cantidad de información y ser leídos por dispositivos, como un smartphone. Así, Istvan puede desbloquear su móvil pasando su mano por la pantalla, abrir su coche sin llaves y brindar su información sanitaria completa en un instante.
Para los «grinders», como también les gusta ser llamados, esta tecnología es ideal. Muchos han colocado microchips con RFID o NFC (Comunicación por Campo Cercano por sus siglas en inglés) en sus dedos y son capaces de enviar o recibir información agitando la mano. Por ahora sólo lo han conseguido «hackeando» smartphones que funcionan con Android.
Ubicarse en una ciudad o en un entorno desconocido es otro de los problemas que figuran en la lista de los «biohackers». Así, un grupo de científicos de la Universidad de Osnabrück, en Alemania, ha desarrollado un cinturón hecho con una tela específica que vibra cuando el usuario está mirando al norte magnético. Los voluntarios que probaron esta brújula durante siete semanas vieron cómo su habilidad para orientarse aumentaba notablemente, aún cuando no llevaban el cinturón puesto, el cual, a propósito, está a la venta por poco más de 100 euros. Otro dispositivo que está disponible es un ecolocalizador implantable. Sirviéndose de los imanes implantados en los dedos, un sensor ultrasónico de distancia envía vibraciones al imán y, a medida que nos acercamos a un objeto, la señal se hace más fuerte. A la venta por 45 euros en Grindhouse Wetware.
Aunque suene (literalmente) bizarro, este tipo de tecnologías puede ayudar a personas ciegas. O sordas. El periodista inglés Frank Swain es sordo y un amigo «hackeó» el software de su smartphone para que envíe vibraciones cuando detecta una red Wi-Fi en la cercanía. El programa puede reformarse para detectar objetos, personas acercándose o cualquier peligro potencial que Swain no pueda advertir.
El colectivo de «grinders» busca enfrentarse directamente con ciertas leyes que obligan a todo dispositivo a ser testado previamente en varias etapas antes de aprobar su uso masivo. De acuerdo con su punto de vista, esto es un obstáculo para el avance en investigaciones. Los ejemplos citados son de aquellos que han tenido un resultado positivo, pero los intentos infructuosos o los que han terminado con consecuencias graves para los emprendedores no se conocen. Por ello, antes de intentar convertirse en un transhumano, más vale formarse adecuadamente y aceptar los riesgos que implica experimentar con uno mismo.
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