Pacientes
Una sociedad anticáncer
A pesar de los innegables avances experimentados en el tratamiento del cáncer en las últimas décadas, esta enfermedad sigue siendo uno de los mayores retos sanitarios a los que nos enfrentamos en la actualidad y su tasa de mortalidad permanece dramáticamente alta. Hoy, las patologías tumorales figuran entre las mayores causas de muerte en el mundo. Cerca de 8,5 millones de personas mueren al año por su culpa. En los próximos veinte años el número de casos nuevos aumentará un 70%. Lo cual no quiere decir que aumente el número de fallecidos. Afortunadamente, la mayoría de los nuevos enfermos sobrevivirá a la enfermedad.
Los cinco tipos de cáncer más mortales siguen siendo el de pulmón, hígado, estómago, colon y mama; y muchos de ellos serían controlables con medidas preventivas.
La ciencia permite determinar en la actualidad, con cierta claridad, un reducido número de factores de riesgo que contribuyen a la patología. Algunos, como los precursores genéticos o los procesos de envejecimiento celular, son difíciles de controlar. Cada vez sabemos más acerca de los factores ambientales o los hábitos que conducen a muchos tumores: si mañana se prohibiera fumar en todo el mundo, dejarían de morir cerca de dos millones de personas anualmente.
Una de las mayores novedades aportadas por la investigación al abordaje de esta patología es la idea de que, en muchos casos, podemos evitarla o, al menos, retrasar su incidencia. No todos los cánceres son el resultado de un contrato firmado con el destino. A veces, nuestros hábitos y nuestra forma de vida favorecen su aparición. El tabaco, la dieta, el alcohol, la obesidad o la exposición excesiva a las radiaciones UVA son factores que abonan en terreno al cáncer. Al contrario de lo que se pensaba en otras épocas en las que el cáncer parecía una suerte de lotería fatal, hoy podemos decir que está en nuestras manos reducir, al menos en parte, el riesgo de contraerlo. Podemos aspirar a vivir en una sociedad anticáncer como en su momento logramos habituarnos a vivir en una sociedad antiinfecciones adoptando las mínimas normas de higiene. Eso pasa, entre otras cosas, por seguir impulsando la investigación. Es cierto que la ciencia del cáncer se encuentra entre las mejor dotadas de fondos, sobre todo si se compara con la investigación aplicada a otras enfermedades; pero también lo es que la sociedad se beneficia de manera más que evidente de cada euro invertido en cáncer.
Los técnicos suelen medir el impacto de una inversión sanitaria según el beneficio que genera. Cuando se habla de salud, el beneficio se cuenta en lo que los analistas llaman años de vida ajustados por calidad (AVAC), es decir, el aumento en el tiempo que un ciudadano medio puede vivir disfrutando de unos mínimos de calidad de vida.
Algunos estudios demuestran que la investigación contra el cáncer en su conjunto contribuye a una mejora del 10% de ese valor. Es decir, invertir en patología tumoral merece la pena. Y cuanto más se invierta, más retorno se obtendrá.
De esa investigación sin duda saldrá un mejor conocimiento de los factores genéticos inherentes a la enfermedad. Esto es posible gracias a que hoy contamos con herramientas de secuenciación genética de última generación que permiten duplicar en paralelo miles de fragmentos diminutos de ADN a un coste muy reducido. Es como lanzar a miles de rastreadores a buscar un alpinista perdido. Si hoy conocemos un puñado de genes implicados directamente en algunos tumores –el BRCA1 o BRCA2 en el caso del cáncer de mama y ovario son paradigmáticos– en el futuro contaremos con una paleta de genes mucho mayor y habremos avanzado en el sueño de lograr una terapia personalizada contra el cáncer: No existirá «el» cáncer sino que habrá casi tantas estrategias como sea necesario para combatir «mi» cáncer.
Una sociedad anticáncer sólo habrá dado el paso definitivo cuando todos los ciudadanos seamos expertos en la sociedad. Cuando reconozcamos que lo que comemos consumimos puede ayudarnos a defendernos contra el mal.
Hoy se ha identificado una lista bastante amplia de alimentos que reducen el riesgo de cáncer de próstata. Igual que se sabe que el ejercicio físico aumenta las probabilidades de curarse en caso de sufrir el azote de un tumor. El sobrepeso ha sido relacionado con el aumento del cáncer de mama masculino, y el consumo excesivo de alcohol, con el cáncer de estómago.
Si la ciencia sigue avanzando, cuenta con los recursos necesarios y nosotros ponemos de nuestra parte un compromiso serio en el cuidado de nuestros hábitos, no estaremos lejos de haber creado la primera cultura anticáncer de la historia.
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