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Teresa Perales: «Decir que todos los políticos son corruptos es de comodones»
Llega y sonríe. Siempre sonríe. Teresa Perales (29/12/1975, Zaragoza) ya se entrena a tope para los Juegos de Río, en los que busca ampliar su cosecha de 22 medallas paralímpicas en natación. Lo hace como embajadora de Fundación Telefónica, que le ayudará a prepararse y con la que colaborará en diferentes proyectos, muchos fuera del deporte. El primero es un hackathon en varias ciudades de España en octubre.
–En esos proyectos, pretenden sacarla de su hábitat...
–Sí, que no se centre sólo en la parte deportiva. Es la versión, no sé si solidaria, pero sí motivadora, de espíritu de superación. A veces nos centramos mucho en nuestros propios ombligos, y a mí la vida me ha demostrado que si miras un poquito más allá descubres grandes horizontes para disfrutar. Cada persona puede crecer desde dentro. Está genial que desde fuera te digan: «Oye, que te puede ir muy bien»; pero tienes que creer en ti mismo y darte cuenta tú. Esto va un poco encaminado ahí, a esa detección de talentos.
–Porque usted sabe qué es que la vida te golpee (murió su padre con 15 años, la enfermedad que la dejó en silla de ruedas con 19...)
–Creo que lo que me ha pasado, la vida te lo tendría que plantear mucho más mayor, si es que ha de planteártelo. Tiene muchas desventajas, pero una ventaja: si me vuelvo a caer, ya tengo herramientas para poder levantarme.
–Y también sabe lo que tiene que hacer para seguir ganando medallas y lo que cuesta.
–Anoche no me acosté temprano, me he levantado a las 5 para entrenar, he cogido el AVE a Madrid, esta tarde me iré a Burgos, llegaré a la una y pico de la mañana a mi casa, y mañana otra vez a las 5 me volveré a levantar para ir a entrenar. Sé que cuesta, pero cuando tienes un objetivo que es muy importante para ti... Además, es un objetivo compartido cada día por más gente, que se va subiendo al carro. La principal, mi familia, mi entrenador... pero ahora, por ejemplo, Fundación Telefónica. En algún momento todos tenemos debilidades y acordarte de que no estás solo es fantástico.
–Tiene 39 años, ¿qué le motiva?
–La motivación la encuentro en varios sitios. A la vuelta de Londres pensaba: «No sé si...». Lo había pasado muy mal preparando los Juegos, mi hijo era pequeñito, y yo iba como a contracorriente. Pero después volví a coger energía y sabía que además el año pasado era clave, que si en los Europeos me salía bien, me iba a venir arriba. Me salió muy bien, así que me vine arriba del todo. Entonces empecé a pensar en las motivaciones que tengo. La primera es mi hijo; el «mamá campeona» es fantástico, y quiero que lo vuelva a decir; luego, para todos aquellos que en algún momento, incluida yo, han pensado que ya soy muy mayor, pues darles con un canto en los dientes y demostrar que aunque soy mayor, el cuerpo me aguanta. Creo que el poder está en la mente y la mía sigue estando fuerte, así que sigo queriendo más. Me sigue encantando competir: ese momento de adrenalina, de escuchar los sonidos de la piscina, el «take your marks», tirarte al agua, cómo vas notándolo todo.
–Pero hasta hace poco no tenía una calle en la piscina para entrenar sola.
–Tampoco es nada nuevo. Casi desde que empecé no tenía muchos medios. Siempre me he encargado de organizarme campeonatos de España, de los viajes, de las licencias federativas, de las competiciones a las que no iba con la Selección y, por supuesto, de la piscina. Hace ya muchos años que no tenía calle reservada. Hasta Londres teníamos una piscina de 50 en Zaragoza y yo entraba sin tener que abonar nada, pero por discapacidad. Era fenomenal, pero se tuvo que cerrar, y espero que la abran en septiembre. Desde entonces, estoy entrenando en una piscina municipal que es fantástica, pero en la que hay, lógica y afortunadamente, mucha gente. Hace unos meses firmamos un acuerdo con el ayuntamiento y ya tengo la calle.
–¿Se imagina algo así en un deportista no paralímpico?
–No te creas, en algunos deportes es posible que sí. Hombre, en natación resulta más difícil porque normalmente la gente entrena con equipos.
–¿Nota avances en la vida en general para la gente con discapacidad?
–La sociedad está cada vez más preparada y somos más y damos más guerra, porque entendemos que hay unos derechos que ya están reconocidos, y queremos exigirlos y disfrutarlos. Quiero que no sea una novedad que encuentre trabajo o que pueda estudiar una carrera o que la gente no me mire diferente porque voy en silla de ruedas; o que sí lo haga, pero no en plan: ¡ay, qué lástima!
–Eso les molesta mucho...
–Sí, pero ahí yo llevo la parte protagonista. No tengo que venir de pobrecita, tengo que venir con estos tacones, con estas uñas rojas pintadas y tengo que decirte: «Soy una mujer, soy una madre, soy una deportista, y vivo la vida a tope. Puedo hacer las cosas como tú».
–¿Era tan activa también antes de su enfermedad?
–Sí, sí. Pasé una época más complicada cuando murió mi padre, que me vine muy abajo, pero entendí que lo injusto era venirme abajo porque él no podía elegir no estar aquí, pero yo sí podía elegir lo que hacía en cada momento. Me pareció que era muy egoísta mirarme el ombligo y que tenía que mirar a los lados y decir: «La vida está llena de momentos extraordinarios, y quiero aprovecharlos».
–¿Cómo se imaginaba su vida el primer día en silla de ruedas?
–En realidad fue algo muy continuado. Ahora salgo a la calle y me como el mundo. Simplemente un día me olvido de que no muevo las piernas, me olvido de mirar los pies todas las mañanas a ver si se mueven, y empiezo unas nuevas rutinas: vas saliendo y vas lanzando el anzuelo a ver lo que recoges. El deporte me ha abierto mucho las puertas en todos los sentidos. El primero, reencontrarme con algo que me gustaba bastante, que era hacer deporte, aunque antes hacía kárate, pero me refiero a reencontrarme con ver todos los días lo que puedes conseguir: un poquito más, un poquito más... Y después he conocido a gente maravillosa. Por eso no me planteo cómo habría sido mi vida. Me encanta la que tengo. No tendría a mi hijo; a lo mejor hubiera tenido otro, pero no el que tengo, que es maravilloso. O no habría conocido a mi marido.
–Trabajó en política. ¿Qué le parece la imagen que se tiene de ellos?
–No es justa en muchas ocasiones. Conocí a gente fantástica a los que considero amigos. He aprendido el significado de la palabra respeto, en mayúsculas. También he conocido a otros que no me hubiera importado no conocer, pero me parece muy injusta la crítica gratuita. «Todos los políticos son corruptos» es como «todos los cojos tienen mala leche». Si no me gusta una comparación no me gusta la otra. Eso solamente lo dice alguien comodón. A mí me gusta más pasar a la acción.
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