Feria de San Isidro
Castella y ese toro que detenía el tiempo
El francés cortó una oreja en una intensa faena a un extraordinario quinto.
Las Ventas. Decimocuarta de feria. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, desiguales de presentación. El 1º, deslucido por flojo; 2º, descastado; 3º, va y viene sin demasiada clase; 4º, noble y brutote; 5º, sobrero de Toros de El Torero, gran toro con clase descomunal; 6º, deslucido. Lleno de «no hay billetes».
Diego Urdiales, de burdeos y oro, estocada buena (silencio); y aviso, estocada, dos avisos, cuatro descabellos (vuelta al ruedo).
Sebastián Castella, de carmín y oro, estocada corta muy baja, (silencio); y aviso, estocada trasera (oreja).
Alejandro Talavante, de nazareno y oro, cuatro pinchazos, aviso, estocada corta (silencio); y dos pinchazos, pinchazo hondo, descabello (pitos).
«Lenguadito» vino de sobrero. Salió por los pelos. Eso sí, en nada y menos porque Florito día tras día, año tras año es recadero perfecto para hacer volver al toro por donde entró minutos antes. Fueron varios los ejemplares de Núñez del Cuvillo por los que sobrevoló la sospecha de devolverlos, pero en realidad hasta un cuarto descoordinado e imposible no salió el sobrero de El Torero. Y qué toro. 539 kilos de animal, tocado de pitones, algo protestado de salida y un dios en la muleta, siempre descolgado con clase inaudita, prontitud y ganas de repetir el viaje una y otra vez, con el ansia de dejar soñarlo para poder perderse en ese volcán de ilusiones, en esa erupción de embestidas que lo daban todo con mucha claridad. El viento estuvo presente. ¡Cómo iba a faltar lanzados ya en esta racha interminable! En suerte le cayó a Castella el toro y después de brindar al Rey Juan Carlos le esperó en el centro del ruedo, con la mirada en la arena mientras el toro galopaba. Y fue el Rey el que vino a visitar a la Prensa al acabar el festejo, un día después de la Corrida con mismo título, «Vengo a controlar», dijo el monarca con sorna. Pero volvemos al toro, anécdotas aparte. Una locura lo que venía después de pasarse a «Lenguadito» por la espalda. Se reducía el animal, pero íntegro en ímpetu y transmisión, así Sebastián dio continuidad a la faena en tandas de derechazos, una larguísima, ligada, templada. Vibraba Madrid ahí. Era evidente lo que estaba pasando en la plaza, aunque con toro así es fácil contonearse por la cuerda floja. Fue por la diestra por donde encontró el francés el toreo más cimentado y ligado, cuando se puso al natural viajaba el toro incesante, por uno y otro, delirio de arrancada por humillada, noble y repetidora. No encontró la plenitud por ese lado, pero sí una estocada que le dio pie al trofeo. Le redimía del descastado segundo, que no quería pasar.
Curro vino a Madrid a ver a Urdiales y por un momento, mágico siempre, Las Ventas olía a Romero. A él brindó el cuarto, un toro manejable pero brutote y con falta de entrega. Esa la puso Diego. No pudimos disfrutar como quisimos, pero sí dejó esa puesta en escena, pura y verdadera, que vive de los pequeños detalles, los imposibles, aunque pasen desapercibidos para la mayoría. El embroque con el toro es brutal. El descabello afeó, pero a Diego se le espera por lo que tiene dentro y que tan poco abunda. Poco le dejó expresar un primero, deslucido y falto de fuerza.
Talavante tuvo el día y la noche en la misma tarde, o lo que es lo mismo, Talavante en estado puro. Clarísimo vio a un tercero que iba y venía con un tornillazo desagradable al final del muletazo, pero al que el torero no vio problemas. Anduvo fino y soberbio en una tanda de naturales, con uno monumental de encaje y largura. Se rajó el toro al poco, pero el de Badajoz estaba en sazón. Con el descastado sexto no perdió tiempo. Brevedad. En ese caso ya contaba como mal necesario.
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