Feria de San Isidro
Digna actuación de Robleño en tarde de ingratitud
El torero madrileño logró saludar en el primero en la corrida de Baltasar Ibán.
Las Ventas (Madrid). Vigesimocuarta de feria. Se lidiaron toros de Baltasar Ibán, muy desigual de presentación. El 1º, franco, repite con el defecto de rebrincarse; el 2º, humilla, pero a la espera y muy descompuesto; el 3º, toro pronto y encastado. Un inicio explosivo aunque luego se viene abajo; el 4º, a menos y de corta arrancada; el 5º, complicado; el 6º, sobrero de Torrealta, movilidad, pero sin humillar nunca y con guasa, sobre todo por el izquierdo. Tres cuartos de entrada.
Fernando Robleño, de blanco y plata, buena estocada (saludos); y buena estocada (aplausos).
Serafín Marín, de azul marino y oro, estocada caída (silencio); y pinchazo, estocada corta desprendida (silencio).
Luis Bolívar, de azul turquesa y oro, aviso, dos pinchazos, buena estocada (silencio); y pinchazo, estocada corta, (silencio).
Comenzamos a entrar en un terreno pantanoso. Espeso y en el que es difícil equilibrar la balanza. La semana de las corridas duras, donde parece que el debate sobre el toro bravo adquiere más importancia. Creo en él mucho más allá de las etiquetas, feroces detonadoras de dramas en ocasiones. Ayer se vivió en Madrid un tarde espesa, con un punto agrio según avanzábamos y que se acentuó con un sexto que saltó sobre la arena de la ganadería de Torrealta y que sustituía al último titular de Baltasar Iban. El animal se movió, iba de aquí para allá, pero lo hacía sin emplearse, con la cara por encima del palillo, iba con todo y pesaba una barbaridad por el pitón zurdo, capaz de arrinconar a la mínima. Cerraba la tarde Luis Bolívar en su única tarde y por tanto último toro. Intentó hacer las cosas al menos con honestidad, pero a estas alturas del festejo y con este torero en especial la acritud era desagradable. Algún grito desde el tendido intentó desestabilizar una faena que tenía miga, por las irregulares embestidas del toro, por la guasa que desarrolló por el izquierdo y porque rara vez, casi era noticia, metió el toro la cara por abajo. Y al final el colombiano optó por desistir, en el intento de buscarse entre la niebla. A Bolívar fue a parar el toro que tuvo más opciones. El tercero. Se le picó mal como a casi toda la corrida, trasero, abajo... Expuso Raúl Adrada con él porque el toro esperaba mucho en banderillas, esas pequeñas cosas que a veces parecen pasar desapercibidas en el tendido. Brindó al público Luis Bolívar e instalado en el centro del ruedo esperó la primera volcánica embestida del toro para darle un pase por la espalda, una pedresina. Tenía transmisión el toro por la explosión de las arrancadas, en la inercia de la distancia aprovechó Bolívar el arsenal del de Iban para coserle dos tandas de derechazos, la segunda rematada con un cambio de mano de gran factura. Al natural logró menos el acople y cuando volvió a la derecha, el toro se había venido abajo y uno y otro perdieron el hilo conductor. Tras la inercia del toro le costó empujar ya y arreó más por dentro, como había apuntado en banderillas. Se desmoronaba esa efusividad inicial.
Tuvo franqueza el primer toro de Robleño aunque se rebrincaba en el viaje. El madrileño se apuntó al carro de querer y dio tiempo al toro, que se iba recuperando en duración, y logró firmar una faena sobre el pitón derecho muy digna y rematada con una soberana estocada, que queda entre las excepcionales de la feria. Lo mismo hizo con el cuarto, a la primera y en la yema. Era éste toro descastado, que se desfondó pronto y quedó en tierra de nadie con sus medias arrancadas. Robleño no volvió la cara.
El torero catalán Serafín Marín se llevó un quinto, que tenía una cabeza con descomunales pitones y astifinos como agujas, casi desde la cepa. Una barbaridad lo que llevaba el toro por delante con sus cinco años cumplidos de largo. Se le notaba. El toro desarrolló una buena virtud que fue coger el engaño por abajo, descolgaba esa cabeza de trofeo de caza, aunque luego era desigual en las embestidas. A Marín se le acumuló la presión y acabó por amontonarse. Se vino al final abajo con un segundo, a la espera y descompuesto, a pesar de que al natural había dejado lo mejor. Fue tarde rara, en terrenos espesos.
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