Toros
Morante quiere el trono
Feria de Sevilla: Arrebatada tarde del sevillano, al que roban una oreja; Talavante la pasea y Mora se las ve con un buen lote
Feria de Sevilla: Arrebatada tarde del sevillano, al que roban una oreja; Talavante la pasea y Mora se las ve con un buen lote
Ficha
Sevilla. Undécima de abono. Se lidiaron toros de Núñez del Cuvillo, bien presentados. 1, toro con poder y desigual embestida; 2, noble y repetidor; 3, muy bueno aunque se raja al final; 4, rajado; 5, desigual de ritmo, humilla mucho y a menos; 6, muy bueno aunque de corta duración. Lleno de “no hay billetes”.
Morante de la Puebla, de coral y oro, estocada trasera, aviso (saludos); estocada (saludos).
Alejandro Talavante, de nazareno y oro, estocada punto trasera y desprendida (oreja); pinchazo hondo, cuatro descabellos, aviso (silencio).
David Mora, de tabaco y oro, pinchazo, estocada tendida (vuelta al ruedo); estocada, descabello (saludos
Crónica
Morante vino a comerse el mundo. Y lo devoró, aunque la suerte, maldita sea, le acompañara tan solo una parte del camino. Solo le dejó después. Abandonado en mitad de la plaza, su ruedo, con el corazón hinchado de amor propio y vacío ante la mansedumbre del animal. Había toreado bonito a la verónica, ya saben, el mentón hundido y terso el lance, y se gustó en un quite por chicuelinas, enroscado con la embestida del toro, muñeca, cadera, todo fluía por ahí. No hace el toreo. Le nace. El trono de Sevilla estaba en cuestión y no se lo pensó. Sorprendió y cogió los palos para banderillear. El tercero, al quiebro, fue monumental. Vibraba Sevilla. Y México. Y en mitad de ese éxtasis, teniéndolo todo, el Cuvillo se rajó. Lo intentó. Imposible era. Y resolvió con la espada. Se palpaba la emoción de haber vivido cosas distintas.
Poder tuvo el primero, desigual, con sus desafíos. Toro toro por presencia y por la intensidad de su viaje. Soplaba la brisa, expectante Sevilla esta vez sí con un llenazo de reventón. “Sombrerero” tenía muchas cosas dentro, sus teclas que tocar. Importantes fueron sus arrancadas al natural, y cuanto más sometido, más largo quería ir. Y Morante quiso. Y Morante se buscó por los rincones de su tauromaquia, sopesando las diabluras del viento, y las dificultades (agradecidas) de la arrancada del animal. Al natural cuajó buenos momentos. Esos de embarcar la embestida muy asentado y llevar al toro hasta el final. Bello. Hondo. Verdadero. Emoción. Por la derecha hubo reunión y ligazón y Sevilla se entregaba en la cuarta y última del torero de La Puebla. No hubo rotundidad, se ensució la faena por momentos con enganchones, pero lo bueno agarraba el estómago. Se tiró a matar, cuestión de fe y entrega, y pegó una buena estocada punto trasera. Y el trofeo no fue. Y era. Ovación fuerte, a la altura de lo entregado. En semana de atracos estamos.
Y en el segundo ocurrió lo inaudito. No creerán. Ocurrió que Alejandro a Talavante prologó su faena con unos doblones personalísimos y de pronto se puso a torear. Ajeno al viento e incluso ajeno por momentos al toro. Templado y resuelto cuajó tandas bien hiladas por ambas manos, aunque con sensación de liviandad. Poco quedaba detrás. Imprimió mucho pulso en los toques de muleta, convencimiento y verticalidad. Quería el toro, el buen toro de Cuvillo noble, repetidor y con duración. Y entonces con la bendición de la música y la conquista de la gente, se perfiló en la suerte suprema. Cruzaron las suertes, los destinos, el propósito o despropósito y la taleguilla con el pitón del toro. Trasera la estocada y punto caída, pero honestas las formas. Y fue entonces cuando lo más inaudito ocurrió. La gente pidió la oreja y esta vez sí el presiente tragó. Descolgó el quinto, que salió suelto en los primeros tercios, y fue desigual al engaño de Talavante. Entrega y corazón puso el torero.
Y hubiera sido obligada por la entrega del público la concesión del trofeo si David Mora hubiera metido la espada a la primera. Fue toro bueno este Cuvillo. Entrega, repetición y nobleza en una muleta de Mora tan desmayada como irregular. Brilló más al natural, en los cambio de mano y los del desprecio. Y el resto quedaba eléctrico. Pinchó y se desvaneció el triunfo. El sexto embistió con tremenda transmisión aunque duró poco, pero muy boyante. Intercaló Mora la ambición con las prisas y antes de darse cuenta se había esfumado el toro.
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Pasividad ante la tragedia