Feria de San Isidro
El diluvio, antesala del silencio
Jiménez firmó lo mejor al natural y saludó y Galván resultó lesionado en deslucida tarde con La Quinta.
Jiménez firmó lo mejor al natural y saludó y Galván resultó lesionado en deslucida tarde con La Quinta.
Las Ventas. Primera de San Isidro. Se lidiaron toros de La Quinta, desiguales de presentación. El 1º, noble y de calidad y de escaso poder por el zurdo; menos claro por el derecho y a menos; el 2º, orientado y con peligro; el 3º, sosete y sin poder; el 4º, complicado; el 5º, imposible por el derecho y de gran pitón zurdo; y el 6º, deslucido y sin entrega. Más de media plaza: 12.482 espectadores.
Alberto Aguilar, de turquesa y oro, estocada desprendida, dos descabellos, aviso (silencio); en el que mató por David Galván, cuatro pinchazos, media, tres descabellos (silencio); dos pinchazos, estocada, aviso, seis descabellos (silencio).
David Galván, de nazareno y oro, cogido.
Javier Jiménez, de azul y oro, cuatro pinchazos, aviso (silencio); estocada contraria, descabello, aviso (saludos); estocada, dos descabellos, cuatro pinchazos, estocada tendida, media, dos avisos (silencio).
Parte médico de Galván: «Puntazo en el tercio inferior de la cara externa del muslo derecho; ligera conmoción cerebral. Traumatismo en el codo izquierdo con probable fractura. Pronóstico reservado».
Ni sol ni moscas ni tan siquiera un recuerdo de ellas. A siete minutos de que Madrid abriera sus puertas para hacerlo ininterrumpidamente durante un mes cayó la mundial. Agua a mares como si fuera una amenaza de lo que está por venir. Viento, lluvia, una regalo para la primera de feria. Entre la incredulidad de los muchos que esperábamos en los interiores de la plaza, se abrió la puerta de los desvelos para hacerlo poco después la del miedo definitivo. Una de La Quinta estaba por venir. Seis toros seis. Y los interiores de la Monumental se convirtieron en un túnel de valientes que pagaron para desafiar a las inclemencias del tiempo, que eran muchas, durante más de dos horas de festejo. Y ni qué decir los de luces, que se enfrentaban por primera vez al cambio de ruedo, sin elevación ya y sin el drenaje brutal que tenía la plaza.
Aguilar despejó las dudas y abrió plaza. De turquesa. De oro. De valiente para vérselas con la de La Quinta. El primero vino a envenenarnos los prejuicios de la casta. Cumplió en varas simplón y llegó a la muleta del madrileño con un pitón zurdo de calidad, descolgado y noble a rabiar. Pero ni un resquicio de poder ni transmisión. Así pasaba todo desapercibido. Oficio al natural y más todavía por el derecho, por donde iba el toro con menos claridad y entrega. El cuarto huyó en el caballo, arreó después y no se desplazaba ya en las telas con la capa. Complicaciones silenciosas desarrolló en la faena de muleta. Desigual, sin acabar de pasar, y sin humillar. Y lo peor, nada decía lo que ocurría ahí. Y la demora con la espada.
La tarde se hizo de noche de pronto, como si nos atraparan las garras negras del miedo. Miedo por ver al toro de La Quinta, que había huido como si le persiguiera el diablo y sin pudor en los primeros tercios, y llegó a la muleta muy orientado, quedándose por abajo y sin querer pasar. Lo intuía David Galván, que no sabía por dónde meterle mano, y en una de esas, en un momento, en un no sé qué, pasó lo inevitable y el toro le cazó. Lo más espeluznante fue ver cómo se quedó inerte en el ruedo. Con mal cuerpo se ansiaban respuestas a las preguntas. El toro es duro.
Viento hizo en el cara a cara. En la hora de la verdad, cuando Javier Jiménez plantó cara al tercero, que había rehuido los encuentros hasta entonces. Al natural, queriendo, navegó con las arrancadas del animal que pasaba por allí sin darse importancia. Y así Madrid es hueso duro. Hacía estragos el frío. Un lío gordo montó el quinto en varas y banderillas; no se hacían con él. El toro por el derecho era cruel y venía cruzado siempre. En medio de esa batalla campal tuvo Javier Jiménez la virtud de enseñarnos el extraordinario pitón izquierdo que tuvo el toro. Descolgó, viajó largo y con emoción por allí. Mucho era para lo que llevábamos. Se fueron entendiendo uno y otro y convenciendo al público. Tuvo la faena un momento álgido, cuatro o cinco tandas dejaba detrás. Era el momento. Siempre lo hay. El instante definitorio. Estuvo a punto de coger la espada, pero quiso prolongar y lo que vino después se quedó en la nada. A la espada le faltó contundencia. Efecto rápido que cerrase filas. El sexto tenía lo suyo de pitón a pitón. Y poco dentro para cambiar el sino de la tarde. Iba y venía sin entrega ni demasiada transmisión.
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Pasividad ante la tragedia