Feria de San Isidro
Fracaso para el olvido
David Mora escucha los tres avisos con el quinto de la tarde y Urdiales y Garrido son silenciados en la tercera de San Isidro
David Mora escucha los tres avisos con el quinto de la tarde y Urdiales y Garrido son silenciados en la tercera de San Isidro
Las Ventas. Tercera de San Isidro. Se lidiaron toros de El Pilar, desiguales de hechuras y presentación. El 1º va y viene escaso de transmisión y poder; el 2º, manso y deslucido; el 3º, el 4º y el 5º, deslucidos; y el 6º, manejable y a menos. Más de tres cuartos de entrada: 19.538 espectadores.
► Diego Urdiales, de azul noche y oro, pinchazo, estocada, cuatro descabellos (silencio); estocada tendida, descabello (silencio).
► David Mora, de rosa y oro, dos pinchazos, tres descabellos (silencio); media, diecisiete descabellos, tres avisos (pitos).
► José Garrido, de nazareno y oro, estocada caída (silencio); estocada baja (silencio).
Crónica
Era el ruedo un mar de dudas, como la vida, sólo que algunos son capaces de desafiarse tarde a tarde, toro a toro, minuto a minuto. Diego Urdiales se reencontró con Madrid con un quite a tiempo, tan lento a la verónica como mecido. Ocurrieron cosas después que nos costaba descifrar. El viento, el toro que pesaba de vez en cuando por dentro, el millón de matices donde reside la magia. Brindó a Las Ventas, a su público, y se dispuso el riojano a torear. Tuvo el toro luego el ímpetu contenido, la transmisión justa, y matices que nos encadenaban al desvelo y dejó Diego una buena tanda a derechas y se fue la faena después en la falta de chispa del animal. Buscándose Diego, aun en el desierto. Imposible se lo puso el cuarto. Ya se veía en los primeros tercios que el animal estaba con lo justo. O menos. Y así el toreo no fue otra cosa que una misión imposible. Nos quedábamos con las ganas pues.
Dos o incluso tres veces intentó saltar el toro al callejón el segundo. Ese pedazo toro, más blancos que la cal se quedaron por ahí abajo más uno. No quería capote, tampoco caballo, hubo un poco de descontrol pero sin dejarnos tiempo para pestañear. Ángel Otero puso la plaza en pie. El manso tenía miga y arreaba por dentro una barbaridad. Y Otero colocó bien el primer par y expuso con arrestos en el segundo. Se frustró después el matador con un manso imposible, a pesar de que David Mora quiso. Y el torero encajado y en la verticalidad al natural. No había modo.
El quinto no se lo puso nada fácil. Se quedaba por abajo y orientado en los primeros compases de la faena. Lo sabía David Mora y el público. Tuvo mérito quedarse ahí y jugársela. Consiguió meterlo en la muleta en varias tandas de derechazos y lo intentó al natural, reponía mucho el toro y poco se recibía a cambio. La gente no llegó a entrar en lo que ocurría en el ruedo y el descabello se alió a la contra. Tanto y con tan esperpéntico espectáculo que sonaron los temibles tres avisos y echaron el toro al corral. Lo intentó Mora de todas las maneras posibles, fuera de sí ante la presión del tendido. Era el quinto ya y cundía la decepción. Nos acordábamos de la corrida lidiada en Sevilla con la misma divisa. Pero los caprichos genéticos son así y transitábamos a estas alturas en la desidia.
Mucha expresión tuvo el saludo de capa a la verónica en el tercero. El “aquí estoy yo” de José Garrido y fue después, todavía no lo sabíamos, de lo poco que nos pudimos llevar. El toro de El Pilar llegó al engaño deslucido y sin entrega. Imposible hasta jugarse la vida. Tenía algo más de repetición y movilidad el toro que cerró plaza, pero los ánimos no estaban ya para buenos augurios. Garrido salió airoso con el toreo de capa y se esforzó con la muleta, pero en verdad nos había devorado la tarde. Maldita sea. Ni el arrimón de Garrido a la desesperada logró la empatía con el público.
Tarde de cruz. Y de olvido.
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Pasividad ante la tragedia