Feria de San Isidro
La obra maestra de Manzanares, en el nombre del padre
Apoteósica faena del torero alicantino que sale a hombros con López Simón en la Corrida de Beneficencia
Apoteósica faena del torero alicantino que sale a hombros con López Simón en la Corrida de Beneficencia
Las Ventas (Madrid). Corrida de Beneficencia. Se lidiaron cuatro toros de Victoriano del Río y dos de Toros de Cortés, serios de presentación. El 1º, noble y repetidor pero con la fuerza justa; el 2º, deslucido; el 3º, manso en varas, encastado y muy repetidor en la muleta; importante; el 4º, noble; el 5º, de excepcional calidad; y el 6º, manejable. Lleno de «No hay billetes».
Sebastián Castella, de tabaco y oro, estocada tendida, siete descabellos, aviso (silencio); pinchazo, estocada caída, aviso (silencio).
José María Manzanares, de grana y oro, buena estocada (silencio); buena estocada (dos orejas).
López Simón, de azul marino y oro, estocada punto trasera (dos orejas); estocada trasera y punto caída (saludos).
Se fue a hombros. Marchó. Lo crucificarían camino de la calle de Alcalá. Despedazado en una salida a hombros brutal, como brutales habían sido las emociones a las que José María Manzanares nos había arrojado sobre la arena de Madrid. En la tradicional Corrida de Beneficencia. Era el quinto toro pero se lo llevó todo por delante, como un eclipse, nos dejó atrapados ahí, en el tiempo, imbuidos en la magia eterna que tiene un natural o el portento de un pase de pecho en dos tiempos que bien sabemos algunos que mañana, cuando volvamos a sentarnos en nuestra localidad de la plaza de Madrid, seguirá por algún lugar, en algún recóndito rincón. Se nos atravesaron las emociones hasta agolparse unas a otras. Meció el capote con suavidad ya de salida, a la verónica, un monumento, eco puro, una premonición del toreo que estaba por llegar, e incluso en un quite abundó la calidad. Hay veces que se siente, se presiente, pero no aquello. "Dalia"fue un toro de bandera, mejor dicho, exquisito en su embestida, descolgada, plena y de largo viaje sobre todo por el pitón izquierdo, el bueno de veras. Manzanares prologó tan torero que aquello resultó ya un despertar de los sentidos, del pellizco en el estómago y cuando, ya, así sin más, tomó la zurda, se crecía el de victoriano sobre los vuelos, los detuvo José María en un alarde de temple, de compás, una delicia de tiempos que hizo que esos naturales resultaran una obra excepcional para los sentidos. Recrearse para vivirlo, para sentirlo, para guardártelo. ¿En qué lugar? Que cada uno decida. Fueron dos tandas de naturales. Dos. Qué manera de gozarlo. Qué manera de expresarse. Qué torero, Josemari. Que buena memoria para su padre. Por la diestra siguió, menos largo se empleaba el toro, un susto incluido y una espiral de remates cada cual mejor. ¡Las trincheras! Y sin demora, sin alargar, sin caer en la terrorífica cantidad, se fue a por la espada. Recibiendo hundió el acero como si fuera una escultura y el toro rodó cómplice de toda esa pasión. La desventura de la aventura. Un homenaje al toreo de principio a fin, por el que se le pidió hasta el rabo. Había sido la obra cumbre de Manzanares, una obra maestra. A hombros se fue también López Simón. El presidente se encargó de abrirle la puerta grande al sacar el doble pañuelo con apenas petición. El primer trofeo fue de mucho peso. El segundo una invención. Encontró López Simón el ritmo al toro en la última tanda de derechazos. Comunión total al atacarle y ligar las embestidas a un manso que se empleó con casta y repetición en la muleta. Había sido esa parte la mejor de una faena de menos a más, siempre digna pero con menos explosión o intensidad que fue ganando según avanzaba en relajación y comunión. En la suerte suprema se tiró tan de verdad que le cogió. Que saliera ileso fue la gran notica, el trofeo que se le pidió era de peso. Merecido. ¿El doble? El doble no era salvo para Julio Martínez que se las dio. La diferencia hizo poco después que su criterio cayera en un vergonzoso abismo. A portagayola se fue en el sexto. Y todo lo dio con un animal que tuvo sus cosas buenas. De nota la corrida. En su conjunto.
Ninguna clase tuvo el primero de Manzanares. Noble y repetidor aunque con las fuerzas justas fue el primero de Castella. Discreto con este y con el noble cuarto, con el ponía a su vez punto final a su cuarteto en la feria. Una tarde había apostado Manzanares. Un toro, cuatro tandas fueron suficientes para arrojarnos al delirio. El toreo. Así, desgarrado, envenenado y mayúsculo.
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