Toros
Seis meses después
Perera regresa con éxito tras la terrible cornada de Salamanca. Faena de infarto de Talavante, que salió a hombros, y delicioso toreo de Urdiales
Olivenza. Sábado, 5 de marzo. Tercera de abono. «No hay billetes». 6 toros de Garcigrande y Domingo Hernández, en general faltos de raza y de poco juego.
Diego Urdiales (verde oliva y oro). Pinchazo y estocada. Oreja. Dos pinchazos y estocada. Ovación tras aviso.
Miguel Ángel Perera (grana y oro). Estocada. Oreja tras aviso. Pinchazo y estocada. Ovación.
Alejandro Talavante (nazareno y oro). Estocada. Dos orejas tras aviso. Bajonazo. Oreja. Salió a hombros.
Miguel Ángel Perera reapareció en Olivenza de la misma manera que estuvo a punto de morir en Salamanca hace seis meses, enterrado de rodillas para recibir por verónicas a su primer toro. Una vez dejado en claro que no hay miedo que le venza, quitó por ocho gaoneras antes de torear largo y en redondo a su enemigo, que ante tanto sometimiento demostró, buscando tablas muy pronto, que le faltaba bravura. Le cortó una oreja bien ganada y no pudo redondear frente al quinto, muy deslucido y molesto, y con el que se arrimó como siempre. Roto el fuego de la temporada, y ese momento siempre inquietante del regreso, hay que constatar que su capacidad y dominio siguen intactos para dar guerra en una temporada que se avecina bronca, dentro y fuera del ruedo. Y él lo sabe.
Porque aquí nadie da tregua. Talavante se dejó colgar de los pitones del tercero en una faena de infarto que no acabó en tragedia porque Dios no quiso. El toro, siempre incierto y desparramando la vista, tuvo enfrente a un torero lanzado al que da miedo ver de sobrado que anda. Confiado en su valor y en sus muñecas toreó en distancias inverosímiles y se inventó una faena de vértigo que conmocionó al gentío. La versión clásica llegó en el sexto, al que Talavante lo meció de capote y lo acarició de muleta. Alejandro interpretó un toreo de magnífico estilo con ambas manos antes de que el toro se rajara para truncar lo que iba para faena grande. Salió, en justicia, a hombros.
Ver a Diego Urdiales en el gran circuito supone para el aficionado un soplo de aire fresco. Es otro concepto, otro compás, otra enjundia... Otro aire. Al primero, con genio y alegre, lo toreó con ritmo en redondo y aún mejor por naturales, porque el pitón del toro era el izquierdo y pudo relajarse más. La faena, ligada y de mucha conjunción, tuvo un adobo armonioso, muy bonito, de trincherillas y trincherazos, y un aroma general de toreo caro. Al cuarto lo cuajó con el capote en un quite muy puro de dos lances y media abrochando a lo grande. Luego el toro, sosito, humilló mucho pero se lo pensó todavía más, entrando dormido a las telas, muy reservón, demasiadas veces con embestidas cortas y otras, las menos, desplazándose con estilo. De semejante galimatías sólo podía esperarse una faena desigual, como fue la de Urdiales. En su epílogo, por cierto, hubo tres naturales de ensueño, interminables de ritmo y tacto. Una maravilla para el paladar.
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