Feria de San Isidro
Y Cuadri hizo honor a la dureza
«Tejedor» fue un toro encastado, agresivo y temperamental que recogió palmas en el arrastre.
Las Ventas (Madrid). Vigesimosexta de feria. Se lidiaron toros de Celestino Cuadri, correctos de presentación. El 1º, deslucido y descastado; el 2º, toro con fijeza, le falta repetición, pero se emplea más en las manos de Robleño; el 3º, desigual y mirón; el 4º, duro, exigente y encastado; el 5º, tardo y violento; el 6º, complicado, embiste con todo. Tres cuartos de entrada.
Luis Miguel Encabo, de azul turquesa y plata, buena estocada (silencio); y estocada que hace guardia, cuatro descabellos (silencio).
Fernando Robleño, de tabaco y oro, estocada desprendida, aviso (saludos); y pinchazo, estocada caída (silencio).
Alberto Aguilar, de azulón y oro, tres pinchazos (silencio); y pinchazo, media, cuatro descabellos (silencio).
Ocurrieron cosas muy raras. Extrañas. Extrañísimas. Como si de pronto, por momentos, nos hubieran abducido y todo anduviera del revés. Imposible encontrar el centro si ya habíamos perdido el norte. Cosas como ver a Luis Miguel Encabo bregar al toro en banderillas para que Ángel Otero le pusiera un cuarto par solicitado antes a presidencia. Había pasado, eso es verdad, que el banderillero puso un primer par de olé. Magistral y con un mérito infinito porque el toro no lo regalaba; acudía con esa brutalidad, con todo, a lo bestia y a la espera siempre. Tuvo la corrida, casi de principio a fin, dificultades, pero una de ellas era el embroque con el toro, ese primer trago, el encuentro, el embarque, tenía mucha miga, igual más miga de lo que parecía. Pero volvamos a ese cuarto con el que Otero conquistó de primeras, expuso de segundas sin acierto y reiteró con empate técnico, una banderilla al toro y otra a la arena, en el cuarto previa concesión de presidencia. Después, a Encabo, el torero de Alcalá, le quedaba la pendejada de hacerle faena. «Tejedor», el toro con nombre propio de la corrida, fue mucho toro, muy encastado y muy al límite del genio, del temperamento. Aquello era un alud que pasaba por encima, pero en honor a la verdad tomaba el engaño por abajo. Exigente toro que no admitía medianías. No existía lugar en el que cobijarse entre el todo y la nada. Encabo tiró de oficio, pero en momentos así no era suficiente para dejar el expediente inmaculado. Era como si se vivieran dos versiones, la del tendido y el ruedo, y el punto de partida fuera irreconciliable. El primer toro le acorraló en el burladero de matadores y no había manera de dejarle la vía libre para salir a pararlo. Parecía premonitorio de lo que venía después, aunque se vació y lo que quedó fue un arriesgado par de banderillas del torero por dentro y la fe para intentar hacer faena a ese toro paradote y descastado.
Pasó desapercibida en gran parte la buena puesta en escena de Robleño con mimbres tan complicados. Más difíciles que peligrosos, pero escondían los de Cuadri mucha miga. Fue el segundo un toro de corta arrancada, con el que Fernando porfió, probó distancias, terrenos, aprovechó la fijeza del animal y a fuerza de cruzarse muy de verdad le fue sacando más de lo que parecía que había. Un pedazo toro de grande fue el quinto. Lo que debía divisar Fernando Robleño ahí abajo era un tú a tú jodido. Paradote el toro, a la espera, detrás de la mata, sin definirse y violento cuando arremetía después. Todo y más puso el madrileño.
Alberto Aguilar completaba cartel y lo hizo con un tercero difícil por indefinición. Una tanda pareció una cosa, a la otra la contraria y una más allá desarrolló para mirón. A estas alturas el público ya estaba a la contra. No mejoró con las complicaciones de un sexto, altote y grande, que embestía con todo y también rebaño. Por eso, «Tejedor» había sido el toro. Un toro exigente que arroja dudas, las dudas sobre lo posible o lo imposible.
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